Considero ponerles la canción que me suena en la cabeza, pero sé que es un himno a la autodestrucción, una rendición sin prerrogativas, y lo peor, de ritmo aparentemente anárquico de las canciones curradas sin seguir pautas comerciales. No les va a gustar. Lou nunca fue un vendedor, imposible siendo poeta. Vendió muchos discos, claro que sí, pero hoy le sería imposible encontrar mecenas.
Hay que homenajearle, porque es parte de nosotros mismos, parte de todo lo que vivimos, a través de su influencia en la música que hoy se escucha. Creatividad, creatividad, creatividad, eso es lo que falta hoy, alguien que cree algo de la nada, alguien que aparezca en escena y al principio nadie entienda pero su excelencia transcienda la métrica. Así entró Lou Reed a formar parte de nuestro panteón, por su propio pie, y por su propio pie se mantuvo durante décadas. Siempre que salía alguna noticia de Lou, pensaba "sigue vivo el cabrón", aunque en realidad era un reflejo de mi mismo. Cuando le cambiaron el hígado hace unos meses todo parecía pura rutina, estrella del rock renovando víscera. Aunque ya estaba alejado de aquellos excesos, en la memoria colectiva de sus apreciadores sigue poniéndose el chute usando el cable del micro de torniquete, sigue cayéndose porque no puede ni cantar, siguen destrozándole el escenario.
Ni siquiera ha tenido tiempo de gastar su nuevo hígado. Es lunes, empieza una semana sin Lou Reed.
