Después de trece años sin visitar uno de los más míticos festivales, y el de más afluencia de público del panorama musical español (más de 200.000 viña-rockeros han pasado por Villarrobledo, cuyos vecinos se han volcado para prestar avituallamiento adicional a los campistas, durante la pasada edición) la sensación que un@ se lleva es la de que casi todo sigue igual, pero mejor, y eso es una gran noticia.
Hacer una crónica de todas las bandas que se han subido a cada uno de los cinco escenarios habilitados sería imposible, a no ser que un@ tuviera el poder de la omnisciencia, que no es el caso, y más cuando las actuaciones en cuestión de horarios se han desarrollado con una precisión de relojería suiza, cosa no muy habitual en otros festivales dentro del territorio patrio. Tanto que había que hacer carambolas para pasar de un escenario a otro durante los cinco minutos de parón entre grupo y grupo…
La única pega: los embotellamientos producidos por el paso de un recinto (el de los tres escenarios principales: Negrita, Poliakov y Doogee) al otro (con el escenario Canna, y el recién incorporado en esta edición, Negrita Reggae Viña Clon), al no disponerse de una acceso de salida y entrada diferenciados de uno a otro… Y por otro lado, las grandes colas formadas en la entrada del recinto general a determinadas horas, coincidiendo con los momentos claves del festi, que hicieron que mucha gente tuviera que esperar, en algunos casos casi dos horas, para acceder, perdiéndose así las actuaciones principales… Va a ser impepinable aumentar la superficie y entradas y salidas disponibles en las siguientes ediciones, el Viña se queda pequeño, y eso también es un buen síntoma de la salud de este festival de festivales.
Porque si por algo se ha caracterizado esta última edición ha sido por la variedad y la calidad musical, con bandas y estilos para todos los gustos. Desde el Hip-Hop más reivindicativo de “El Santo & Tosco”, “Rayden”, “Violadores del Verso” o “Dremen”, al reggae de altos vuelos de “Morodo& Okoumé Lions”, “Zion Train”, “Emeterians” o “Green Valley”, pasando por los ritmos más étnicos y carnavaleros de “Banda Bassotti”, “Canteca de Macao”, “The Locos” o los rumanos “Fanfare Ciocarlia”, y habiendo recorrido los senderos del sonido más duro de “Hamlet”, “Biohazard” o los albaceteños “Ángelus Apatrida” o el más progresivo de “Sóber” y “Def Con Dos”, todavía queda espacio para la épica con “Tierra Santa”, el rock urbano de “Sínkope” o el cachondeo por el cachondeo de “El Reno Renardo”, sin olvidar a los más punkis de los punkis “El último que cierre” (por nombrar sólo algunos)…
Así que el que no haya disfrutado de un sonido a la carta es porque no ha querido (“si yo sólo vengo al camping que me lo paso de puta madre”) o porque las circunstancias no se lo han permitido (léase “me he pasao con los caramelitos y no sé donde estoy ni me importa”, o “joder, que tres días de follar bajo plástico que me he pegado”)… E incluso para quién no ha podido venir al Viña, se emitieron distintas actuaciones en directo via streaming, a las que se conectaron en algún momento, más de 140.000 personas…
Pero si hay algo que ha determinado el carácter del Viña Rock desde su primera edición, cuando éramos sólo unas 2.000 personas metidas en un campo de fútbol con un solo escenario, es el poder compartir tres días al aire libre con mogollón de gente que viene con el mismo buen rollo que tú, dispuestos a disfrutar de la música y de evadirse de la rutina diaria para descubrir que hay otra manera de vivir, que nos hace más felices, quizá porque de alguna manera se roza la libertad aunque la ilusión sólo dure tres días… A pesar del calor o la lluvia, de la escasez de baños (recuerden, en un festival nunca, nunca, hay suficientes…) o la falta de sueño, cuando llegas a casa y el polvo del camino se desliza sobre la piel bajo la ducha, un@ tiene la sensación de haber vivido… y eso, eso no ocurre todos los días.
Nadie que haya estado en un Viña Rock podrá decir que de una u otra manera no le marcó, o no pasó allí alguno de los mejores momentos de su vida (“qué más se puede pedir…nuestra alegre juventud” como rezaba aquella canción…), acompañad@s por las melodías de los grupos incondicionalmente unidos a él desde entonces, y ya van 19 ediciones, que siguen siendo las grandes estrellas de este festival y a los que no puedo dejar de mencionar, no sólo por ser el eje del espíritu viña-rockero, sino porque forman parte del imaginario colectivo del rock español que ha acompañado a más de una generación (y de dos), como “Reincidentes”, “Boikot”, “S.A.”, “Porretas”, Evaristo (antes con la “Polla Records” y ahora con “Gatillazo”) y por supuesto, el maestro “Rosendo”, con cuyas palabras presentando el “Navegando a muerte” que cerró su actuación se podría definir una vida: “Nos han salido los dientes en el Viña y se nos van a caer en el Viña”.
Por Patxi Melgarejo