Por Por Daniel Vidart. Hasta ahora, nota tras nota, he descendido en círculos concéntricos al perfumado universo de los porros, para ofrecer a los lectores algo así como un cuadro impresionista de la marihuana, la más difundida de las drogas.
Y lo hice a ráfagas de pensamientos y piñatas de informaciones, apelando para ello al estilo y al ritmo periodísticos. Dicho de otro modo: por razones de oportunidad y amenidad no he recurrido a la estructura sistémica que exige la organización de un texto literario, sea cual fuere la materia tratada. En consecuencia, he prescindido del orden lógico que pauta los capítulos, los parágrafos y las notas a pie de página. Tal es lo que exige la arquitectura de un libro, cuyo cuerpo conceptual requiere más consistencia que este puzzle de notas que semana tras semana publico en Bitácora.
Como nunca he tolerado las ingratitudes ni las cosas a medio hacer, creo que vale la pena informarles a quienes estén interesados en estos espinosos temas, de flagrante actualidad, una noticia que quizá interese. De acuerdo con un pedido de ediciones B – cuya reedición de mis obras completas ya ha iniciado, gesto que públicamente agradezco- estoy escribiendo un detallado estudio sobre la marihuana y su hermano gemelo el haxix, cuya diferencia es de grado, pues ambos son hijos del cáñamo. A dicho texto le agregaré mi estudio de campo sobre costumbres y rituales indígenas acerca de un consagrado dinamógeno amerindio (“Coca, coqueros y cocales en América andina”), un capítulo sobre “La Droga, el carnaval del alma” y mi experiencia con alucinógenos en el desierto del Gobi, Mongolia, narrada en “Un vuelo chamánico”.
No es, lo que acabo de escribir, el descarado prospecto publicitario de un tardío narcisismo. Cumplo con lo que yo considero un servicio social al publicar un pequeño tratado sobre los aspectos farmacológicos, legales y patológicos de la sustancias psicoactivantes, reflejo de mis ajetreadas andanzas antropológicas por el mundo y no de lecturas realizadas en la paz de la biblioteca. Es preciso que todos estemos bien informados acerca del juego de ruleta rusa que supone el consumo de las drogas. Y no solo de las que vuelan tan bajo como la marihuana, que no contiene alcaloides, es decir, que carece de esos compuestos orgánicos nitrogenados de tipo alcalino, derivados de los aminoácidos que se encuentran en los vegetales. Las drogas, no obstante la agresividad o delicadeza de sus frentes de ataque, constituyen toda una galaxia abundante en agujeros negros, esos devoradores de espacio y de tiempo, y en este caso, el de los terrícolas, de humanidades.
Al tratar del uso y abuso de la marihuana en Occidente y del haxix en el Cercano Oriente y el Africa no podemos evadirnos del gran contexto de las drogas y la drogadicción. Una y otra vez estará resonando en nuestras mentes aquel ya citado dicho del folklore oral criollo que resume el ta-te-ti de las drogas de un modo tan breve como pintoresco: “unas drogas pegan p´arriba; otras pegan p´abajo, y otras te cambian la cabeza”. Las drogas no son nunca inocentes: encaminan a lo ritual, a lo recreativo, a lo místico, ala Otra Realidad, al olvido misericordioso del diario vivir, a la soberbia desmandada del Yo, a la intrepidez del alma, o al país de Laputa, celebrado por Gulliver.
Botánica del cáñamo
En forma semejante a lo que hago en esta nota, es decir, a salto de mata, he tratado en la anterior algunos aspectos relevantes de la fibra del padre de la marihuana, el cáñamo, cuya mala muerte en los EE.UU. puso al descubierto una de las sucias matufias capitalistas, tan frecuentes en la historia del American way of life.
Pero ya es tiempo de pedirle a la botánica que nos cuente de qué cosa se trata cuando hablamos del cáñamo, esa planta proteica cuyos productos son casi innumerables.
Me animo a decir que el propio término botánica tiene que ver con las relaciones existentes entre el cannabis y las gentes antiguas del Medio Oriente. Botane es un término griego que significa hierba. En una de sus obras, Plinio, el tratadista romano, advierte que en el siglo VI antes de nuestra era Zoroastro, en Persia, se refería a unas hierbas mágicas que tenían especiales efectos sobre quienes las consumían. No se trataba ni de semillas, ni de raíces ni de cortezas sino de hierbas, y hierba (haxix en árabe) se le llamó al cáñamo en más de una cultura de esa región del Viejo Mundo.
En una nota anterior me referí sucintamente a la existencia de tres variedades de cannabis que, según algunos naturalistas, son verdaderas especies. Ellas se denominan sativa, indica y ruderalis. Se discute su ubicación en el reino botánico. Para algunos naturalistas el cáñamo pertenece a la familia de las ortigas.
Para otros, a la de la higuera. Del mismo modo hay quienes hablan de una sola especie y tres grandes variedades y quienes se refieren a la existencia cierta de tres especies distintas, amén del cortejo de los híbridos.
Y vamos ya al grano, o mejor al cogollo, que ahí se escondela Reina Mabde los milagros, para quienes gustan de la flor y su resina, o el ogro dañino, para quienes procuran exterminar esa fuente del deleite clandestino, incinerando a la plantita y castigando al “vicioso” en vez de hacer fuego contra el Gran Asesino disfrazado de traficante.
Parto, a modo de recorderis, de una serie de epítetos recogidos del folklore oral por los miembros del Hemp Drug Commission Report en el año 1884, cuando no funcionaban aun ni la clandestinidad ni el castigo: “El cáñamo es el dador de la alegría; es el navegante celestial; es el guía por el firmamento estrellado; es el cielo de los pobres; es el mitigador del duelo; ningún dios es tan bueno como el corazón del cáñamo.” Compárense estos ditirambos de origen popular con las maldiciones racistas de Aslinger y se advertirá que son inconciliables con la armonía de los contrarios que demandaban los filósofos presocráticos de Jonia.
Entre las cerca de 2000 variedades e hibridaciones que pululan en el continente verde de la marihuana hagamos pie en las tres especies hoy admitidas del cannabis: la sativa, la índica y la ruderalis. Cada una de ellas tiene ecotopos favorables para su desarrollo, de acuerdo con los climas y suelos de cada región; tipologías florales con características propias, y distintos efectos en los que son adictos a sus productos, según las múltiples modalidades de consumo.
El cannabis sativa, considerado por algunos botánicos como el antecesor de las otras dos variedades, prospera en las zonas tórridas del planeta, entre los trópicos de Cáncer y Capricornio, aproximadamente. El cannabis índico dilata la latitud de su ecotopo: salta de los23 alos 35 grados, que pueden ser norte o sur, si bien el hábitat originario cubría la clásica zona del haxix, que va desde el Magreb (al- Maghrib, poniente en árabe) extendido entre Marruecos y Libia, hasta el lejano Pakistán, situado en al- Mashreq (levante). Finalmente el ruderalis (del latín rudera, plural de rudus, escombros, despojos) que crece en los rastrojos de la tierra arada, a la vera de los caminos, trepa hasta los 40 grados de latitud norte. En el año 2005 se anunció que había sido descubierta una nueva especie de cannabis.
Una excursión cannabis adentro
El cannabis, como toda planta, consta de una raíz que, al fijarlo al suelo, absorbe agua y los minerales en ella diluídos; posee un tallo por donde circulan las sustancias que provienen de la raíz y los nutrientes fabricados por las hojas, esos apéndices del tallo que transpiran el exceso de agua y cumplen con el proceso de la fotosíntesis gracias a la química de la clorofila provocada por la luz solar; cuenta con flores donde se opera la fecundación y, finalmente, producen frutos en los que se alojan las semillas que sirven para la reproducción de la especie. Una semilla por flor, y nada más.
No es este lugar para ubicar el cannabis en la taxonomía de los organismos vivientes. Dentro de los cinco Reinos reconocidos por la Historia Natural(plantas, algas, hongos, bacterias y animales) se trata de un vegetal cuyos filo, clase, orden, familia, género y especie fueron establecidos por Linneo en 1753.
El cannabis es una planta dioica, esto es, que posee ejemplares macho y hembra, caracterizados por dos diferentes tipos de estructuras florales: una, en el androceo (andros significa varón en griego) exhibe los estambres que producen el polen fecundante, y la otra, en el gineceo (gyné, mujer en el mismo idioma) posee pistilos que forman un carpelo donde se alojan las semillas vírgenes, no fecundadas por el polen de las flores macho transportado por el viento y los insectos. En cambio, en las plantas monoicas, la flor posee a la vez los sistemas macho y hembra. Pero toda regla tiene su excepción. Existen plantas hermafroditas de cannabis, que tienen flores macho y flores hembra en un solo ejemplar.
Antes de seguir adelante cabe aquí un dato relacionado con la persecución del cannabis en los EE.UU. Apelando al pretexto de que la marihuana provocaba todo tipo de conductas personales desviadas y abominables comportamientos en la sociedad, la guillotina cayó tanto sobre las plantas macho como las plantas hembra. Por entonces ya se sabía que las plantas macho, con flores pobres en sustancias psicoactivantes, eran muy ricas en fibra, mientras que los cogollos y hojas de las hembras, cuya fibra escasa era de mala calidad, abrían las puertas hacia modestos, aunque placenteros, paraísos artificiales. Pero Aslinger, obediente a la voz del amo, arrasó con cuanto cannabis crecía en los EE.UU., y se ensañó, especialmente, con las plantas macho, productoras del insoportable cáñamo, que tanto había molestado a los señores de la pasta de papel y las industrias químicas. La historia fue contada, con detalles, en la nota anterior.
No cabe aquí extendernos sobre los detalles de la floración y las funciones de los cogollos, esos goteantes depósitos de resina, dispuestos en una especie de copete fabricado por un amontonamiento de flores. Adelanto, sin embargo, que los cultivadores evitan la fecundación de las plantas hembra pues, de ser así se debilitan grandemente las enérgicas propiedades del THC. Les conviene eliminar los machos o tenerlos muy lejos de las flores hembra porque estas, una vez fecundadas, engendran semillas, en desmedro de su capacidad psicotónica.
Cannabis índica
Es preciso realizar una rápida comparación entre las especies de cannabis. Ellas presentan distintas alturas, distintas modalidades de crecimiento, distintas estructuras florales, distintas intensidades psicotrópicas y distintos tipos de fibras.
Comencemos por la índica, cuyo hogar originario se ubica en Afganistán, en las estribaciones de la cordillera del Hindu Kush. Fue el naturalista Jean-Baptiste de Lamarck quien, al estudiar una selección de plantas enviadas a Europa desdela India, advirtió que un tipo de cannabis, hasta entonces desconocido, exhibía visibles diferencias con la especie sativa.
Era más baja: la de mayor altura no sobrepasaba los dos metros. Tenía una disposición compacta de los tallos y las hojas; los cogollos, más grandes y resinosos, crecían cubriendo casi toda la planta. En vez de una forma cónica, el follaje tendía a una disposición romboidal, cuando no a la de un cono invertido, pues las ramas secundarías ascendían a una altura casi idéntica a la principal. Las hojas, más anchas, ostentaban desde5 a9 foliolos, y cada uno de ellos era de verde más oscuro en la parte superior (haz) que en la inferior (enves).
Su floración, comprada con la de la sativa, era muy rápida. Pero lo que aquí interesa fundamentalmente es el efecto, o “colocón”, voz que equivale a embriaguez, curda, borrachera, pedo, mona, merluza o tranca, en el habla rioplatense. La índica actúa con más intensidad sobre el cuerpo que sobre la psiquis. Empleando un término inglés usado en los EE.UU., el cuerpo queda stoned, como petrificado, en el sentido de quieto, sedado. Paralelamente posee propiedades narcóticas. Se utiliza su abundante y poderosa resina en estado puro para elaborar el haxix. En Marruecos también se le emplea como a la marihuana.
Cannabis sativa
Según los botánicos esta especie se originó en las cercanías del Himalaya, pero es preciso aclarar que fue en las adyacentes zonas cálidas y no en las frías del pie de montaña. Desde allí se extendió a Tailandia y Camboya, según se estima. Y los hombres, desde muy antiguos tiempos, la dispersaron por el Viejo Mundo. En cuanto a América, me ocuparé del tema, cuya discusión está abierta, al tratar la etnobotánica histórica de la planta.
La sativa crece a mayor altura que la índica. Tiene numerosas ramas secundarias, en las que se asientan los cogollos. Posee una menor densidad de follaje, peculiaridad que la hace más liviana que la índica. Su follaje es de un verde más atenuado, menos fuerte y brillante, al tiempo que los brotes, ya vivos, ya secos, no huelen tanto como los de la índica. Las hojas, grandes, poseen muchos foliolos, largos y angostos.
Son de porte muy alto. Llegan hasta los cuatro metros en ocasiones. El período de floración es dilatado, ya que va desde las diez a las quince semanas. Los aromas y sabores de las hojas y flores son variados e intensos, y en este aspecto superan a la índica.
El high del colocón es bastante largo y poderoso. Posee un empuje cerebral creativo, una complaciente euforia y, según las dosis, un delicado o un notorio efecto psicodélico.
Y para aclarar de una vez este término, tan usado en la caracterización de los alucinógenos, aclaro que proviene de las voces griegas psyché (alma) y delomai (manifestar). Se trata de una ocurrencia del inglés Humphrey Osmond quien, al acuñar la voz psycodelic, se refirió a esa “manifestación del alma” provocada por el LSD, un alucinógeno de laboratorio. Hubo un arte y un estilo de vida psicodélicos, nacidos allá por los 60 del siglo pasado, cuyos campos de alta intensidad fueron los de la música y la pintura.
Alcanzó su apogeo cuando reinaban los hippies, en el contexto de aquella revolución de los sentidos y las costumbres que los jóvenes rebeldes, con o sin causa, apelando a la espontaneidad existencial y a las fanfarrias de la droga, inauguraron en ese decenio de búsqueda de una nueva identidad juvenil. A este sismo de las almas lo sucedieron otros movimientos underground, pero su herencia cultural pervive, y no solamente en los festivales de rock, aunque al término “psicodélico” se haya dejado de lado.
Esta voz concita a otras, no todas sinonímicas De acuerdo con la toxicidad y efectos de los alucinógenos se han empleado diversas nominaciones, que serán analizadas en mi anunciado libro, al tratar de las sustancias que “cambian la cabeza”: drogas de poder, enteógenos, satanógenos, psicodislépticos, eidéticos, psicomiméticos, maestros vegetales, etc.
La drogadicción hoy vuela muy alto, aún más que las cometas. Y el narcotráfico ya llegó a las estrellas.
Cannabis ruderalis
Esta planta es la cenicienta de la familia de los vegetales fabricantes de ensueños. Se trata de una planta no cultivada, silvestre, quizá descendiente de la índica, pero adaptada a climas rigurosos, donde aprieta el invierno, como sucede en Rusia. Es una planta pequeña, achaparrada; los más altos ejemplares no alcanzan siquiera a un metro de altura. Sus hojas anchas, sus limbos robustos, hacen pensar en la abuela indica, que tal vez emigró desde Afganistán hacia el frío y ventoso norte. Crece y florece velozmente, pues debe aprovechar los cortos períodos de intensa insolación.
El contenido de THC es pobre, mientras que el de CBD resulta bastante considerable. Su fibra, corta y endeble, presta escasos servicios. Del mismo modo, el efecto del colocón tiene baja intensidad. Pero los cultivadores la cruzan con la índica y, de tal manera, los híbridos alcanzan el climax productivo con mayor premura. Los campesinos la usaron desde siempre con fines terapéuticos. Fue y es la medicina de los pobres.
A partir de este trío, en el cual juegan fuerte la indica y la sativa, hay toda una gama de variantes y condicionantes en las especies matrices y las múltiples hibridaciones que de ellas provienen, lo que provoca distintas intensidades en la droga y cambiantes efectos en sus usuarios. El tema sigue abierto y hay todavía camino por recorrer. Seguiremos en la huella.
Por Por Daniel Vidart, Antropólogo, escritor y poeta. Uruguay
Fuente Bitacora