“Para no sentir el horrible peso del Tiempo, que os destroza los hombros doblegándonos hacia el suelo, debéis embriagaros sin cesar. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como os plazca. Pero embriagaos.”
Charles Baudelaire «Pequeños poemas en prosa o Spleen de París» – 1862
Un peta en tiempos de COVID
El hombre tiene un elemento gregario que lo invita a asociarse, compartir experiencias y emociones con otros seres humanos. Feligreses, seguidores de un partido político, hinchas de un equipo de fútbol o “burros” como llamamos en Colombia a los que fuman marihuana, siguen patrones de conducta como grupo que determinan la personalidad del mismo. El COVID-19 amenaza con modificar permanentemente las interacciones entre individuos cambiando la personalidad del grupo al que pertenecen y los consumidores de hierba no son la excepción.
̈Burro conoce burro” es una conocido adagio en las calles de Bogota, refiriéndose a como los consumidores de cannabis se pueden identificar a distancia sin necesidad de intercambiar palabras; pero tal vez la frase que mejor define a esta hermandad tácita o mejor ese contrato social que existe entre nosotros es “un porrito no se le niega a nadie”. Es algo que no se tiene que enseñar, viene naturalmente y se expande entre consumidores sin discriminar
origen, raza o genero.
Llegar a una nueva ciudad y “arreglárselas ̈ para conseguir algo para fumar es una experiencia sociológica fascinante. Preguntar, oler y seguir el rastro de los ̈burros ̈ es un proceso que nos pone en contacto con personajes de otros mundos, con los que probablemente no tengamos mucho en común y sin embargo, al interactuar con ellos nos sentimos parte de una masa social presente en el mundo entero que ha puesto en el centro de sus interacciones el “COMPARTIR”.
Ese sentimiento de hermandad llega a su culmen cuando compartimos un peta. “Péguelo, préndalo y Rótelo” es el manual de instrucciones que todos aprendemos en la universidad del cannabis. Una vez encendido todos nos encontramos bajo la misma manta, unidos en la clandestinidad al calor de un porro. Este protocolo no solo describe la experiencia en general pero define las características de los consumidores de hierba como grupo y su influencia en la sociedad como tal.
Para no ir tan lejos en la historia del siglo XX la marihuana funciona como un símbolo de disidencia, un lenguaje de contracultura contra el aparato estatal. Al inicio de la guerra en Vietnam, cuando la sociedad americana se encontraba muy polarizada, el fortalecimiento de las leyes antidrogas bajo el gobierno del presidente Nixon redujo la marihuana a una excusa para enjuiciar a quien no estuviera de acuerdo con el Estado. Esto solo hizo que la planta fuese intrínsecamente relacionada con los movimientos contra la guerra, convirtiéndose en un símbolo prominente de paz, fraternidad, libertad y convivencia, en oposición a la propaganda estatal perpetuada a través de las imágenes recurrentes de napal, helicópteros y destrucción. El burro comparte el estado destruye.
Con el distanciamiento social y los nuevo protocolos de higiene, el COVID-19 parece tener otros planes augurando el fin de las prácticas en la que se cimenta la estructura mística que siempre ha rodeado al ecosistema que rige en el consumo del cannabis, haciendo que sea imposible compartirlo sin tomar un riesgo considerable. Hoy, no nos damos la mano, se nos aconseja no abrazarnos y el extraño es signo de desconfianza, potencial portador de un virus letal que vino a cambiar el mundo y que parece que nos va a impedir ̈rotarlo ̈.
Por Saul Santamaria
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Menudo apocalipsis monta cuando la vacuna más tarde o más temprano va a llegar