La comida nunca huele tan bien como cuando estás hambriento: donuts, dulces, una hamburguesa con queso y tocino (¡incluso el olor mismo del queso y el tocino!) o cualquier apetencia que tu cuerpo requiera desencadena esa constelación neuroquímica que por brevedad llamamos “hambre”, y que en su forma extrema (o bien, en su forma alentada por el consumo de cannabis) llamamos munchies.
Y es que el cerebro inundado de THC podría orientar a los neurólogos sobre el mecanismo del hambre: Giovanni Marsicano y un equipo de la Université de Bordeaux publicaron un estudio en Nature Neuroscience donde afirman que los receptores olfativos en los cerebros de ratones se activan cuando estos tienen hambre, pero también cuando sus cerebros están drogados.
La importancia del olfato como ayuda para conseguir comida no puede desestimarse, pero lo interesante en este caso es que saltarse una comida o hacer ayuno activan los mismos receptores en el cerebro que cuando te fumas un porro. Estos receptores producen un compuesto llamado endocanabinoide, que actúa justamente como el THC de la marihuana, produciendo efectos similares al consumo de la sustancia, incluyendo un hambre voraz y un aguzado sentido del olfato.
En otras palabras: si no comes, tu cerebro se comporta como si estuviera drogado.
Pero los cerebros de los humanos y de los ratones tienen algunas diferencias: por ejemplo, nuestros receptores de canabinoides están localizados en el cerebro, pero también en otras partes del cuerpo; por otro lado, el sentido del olfato en los roedores es mucho más agudo que en los humanos (ellos pasan mucho más tiempo que nosotros observando el mundo a través de los aromas).
Sin embargo, esta asociación entre hambre y olfato no ha sido desaprovechada por los Big Pharma, quienes crearon drogas como Rimonanbant para bloquear los receptores de canabinoides e impedir la aparición del hambre (aunque al menos desde el 2009 esta droga fuera sacada del mercado, debido a sus maliciosos efectos secundarios.)
Fuente Pijamasurf
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