El Salvador.- Por Juan Valiente, columnista de El Diario de Hoy
Un poco más de una década tardaron en Estados Unidos para darse cuenta que era peor el remedio que la enfermedad en el caso de la famosa enmienda constitucional XVIII, que prohibía la venta, importación y fabricación de bebidas alcohólicas a inicios del siglo pasado. Recordamos la famosa Ley Seca o Ley de la Prohibición más por las historias o películas que hemos visto del agente Eliot Ness y los famosos Intocables, que por su impacto real en la disminución del consumo de bebidas alcohólicas.
Lo que no fácilmente recordamos es que efectivamente el auge del crimen organizado fue tal, que pocos años después se aprobaba en Estados Unidos una nueva enmienda constitucional para desenmarañar el grave problema creado por la primera. Muy a pesar del mítico recuerdo que tenemos de Eliot Ness y de su afamado triunfo legal sobre Al Capone, el remedio resultó peor que la enfermedad. La producción clandestina de alcohol hizo que este adquiriera precios elevadísimos en el mercado negro y nacieran poderosas mafias.
Obviamente existen diferencias entre la situación generada dentro de los Estados Unidos en esa época y la que ahora sufrimos los que vivimos en países que son ruta de las drogas hacia el coloso del norte. En los años 20 del siglo pasado, el remedio lo sufrían los norteamericanos y los muertos los ponían los norteamericanos. En la actualidad dado que la mayor parte de la producción ocurre fuera de las fronteras de ese país, el remedio lo estamos sufriendo todos nosotros poniendo muertos, ingobernabilidad, rampante corrupción y en algunos casos estados fallidos. Es hora de decir: ¡Ya no!
Es verdad que el problema del consumo se ha complejizado, así como el de la producción. Ya no es tan cierto que el consumo sea fundamentalmente un problema de los países más desarrollados y que la producción y tránsito de los otros. El consumo se ha extendido y, a pesar que la producción de las drogas de origen vegetal sigue siendo la más difundida, el incremento más relevante ha ocurrido en la producción de las drogas sintéticas. Sin embargo, un estudio de la Secretaría de Salud de México todavía muestra que en consumo alto de marihuana figuran Australia, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos y Gran Bretaña, y en el caso de cocaína, Australia, Canadá, España y Estados Unidos. Estados Unidos está obligado moralmente a legalizar el consumo de las drogas.
Con tal medida hay riegos reales de aumentar dicho consumo, pero el impacto social sería más fácil de controlar que el resultado actual. La alta rentabilidad del comercio ilegal de la droga ha creado mafias poderosas, que tienen capacidad para corromper las estructuras del poder en los países que transitan. El reciente informe final de la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia concluye que la lucha contra el narcotráfico es “una guerra perdida” y promueve un cambio de políticas públicas hacia la despenalización de su consumo.
Si Estados Unidos aceptara el reto de legalizar el consumo, los países latinoamericanos tendríamos al menos la posibilidad de inicialmente sólo despenalizar su producción y exportación. Tendríamos más recursos para enfocar la solución a nuestro problema interno de consumo. Aquí permanecerá lo que haya de menudeo de drogas e involucramiento de maras, pero el verdadero poder corruptor de los carteles se irá desvaneciendo. Ya en nuestro país no serán normales eventos como los narco barriles o la captura de personas conocidas con miles de dólares o de parientes de ex funcionarios con armas de grueso calibre, drogas y documentos falsificados.
El dinero fácil ha podido corromper ya a muchas personas y tenemos que evitar que continúe esta debacle. Estados Unidos tiene, junto a los principales países consumidores del mundo, la responsabilidad de internalizar los costos de su consumo. Nosotros en El Salvador ni con doscientos, ni con mil millones podremos enfrentar exitosamente las mafias que este problema ha creado.
Fuente ElDiariodeHoy