Tengo que decir que ya la había olvidado. Es que los tiempos han cambiado. Es cierto que la conocí en los años 70, en la efervescencia de mis años de docencia universitaria cuando, en el jardín de Freud de la Universidad, ella nos disponía a la palabra, a la poesía, a la risa fácil, al amor y a la rebeldía. Nos permitía creer en lo imposible, esperar lo inesperado y cruzar fronteras lejanas. Y es cierto que en estos años prefería su característico olor a jazmín al olor del aguardiente de los viernes por la noche en alguna fiesta. Y bien, con los años le fui infiel y de alguna manera la olvidé. Aunque nunca del todo, pues en el país de la mejor hierba del mundo, es difícil que eso ocurra. Ahí está. De vez en cuando, en las esquinas de un parque volvemos a encontrar su olor, ese olor levemente azucarado y delicioso por su vieja e inusitada carga de transgresión. Sí, amiga, tu huella es difícil de olvidar en esta mal llamada tierra del olvido.
Y ya ves, la vida da vueltas extrañas. Hoy se vuelve a hablar de ti en todos los medios y se pronuncia tu nombre con más cordura, más calma y menos culpa. Te has vuelto casi amigable, tal vez porque ahora se habla de tu poder de sanación. Ya el mundo tuvo que reconocer que sanas dolores tanto físicos como estos del alma, tan difíciles de apaciguar. Se habla de ti con más respeto. Tanto, que en este país contradictorio haces parte ya de un proyecto de ley que permitiría que más personas te conozcan mejor y puedan aprender a dialogar contigo.
Yo decía que la vida da vueltas extrañas, porque justamente, a propósito del paso en falso que di en las montañas de Tenjo, la volví a encontrar. Sabía que en lugar de llenarme de fármacos que calmen el dolor podía volver a llamarla, a buscarla aun cuando fuera en sus nuevas presentaciones. Porque hoy tiene nuevas caras, nuevas maneras de hacerse presente y, además de las clásicas hierbas para inhalar, la podemos encontrar como ungüento o aceite para masajes cuyo olor no engaña a nadie.
Adoptó nombres como ‘cannalivio’ o ‘sannabis’, que permiten un tranquilo reconocimiento de sus poderes sanadores. Y de verdad, un masaje en el lugar de la cicatriz de la operación me ha resultado de un alivio incomparable. Además, me activó la nostalgia del pasado cuando Manfred, un amigo suizoalemán, enamorado de Colombia y también profesor de la universidad, secaba en una sartén hojas de una mata de marihuana que cultivaba con mucho esmero en su terraza de Chapinero Alto con el fin de alegrar las comidas que nos ofrecía algunos sábados por la noche. Claro, aun así, la fumábamos muy verde.
Y sí, volví a encontrar a esta amiga, ahora para aliviar ya no tanto los dolores del alma, sino estos más terrenales del cuerpo. Y me alegro mucho de que Juan Manuel Galán, desde la Comisión Primera del Senado, haya presentado un proyecto de ley que habla bien de ella y que podría permitir convertir a Colombia en el segundo país suramericano en el que se legalice el uso medicinal de la marihuana, si es que el Congreso aprueba esta iniciativa. Y yo espero que lo haga. Aun cuando sabemos que muchos de los congresistas colombianos siempre están un paso atrás del progreso. Y que todo nos llega tarde. Los gringos, mucho más pragmáticos, la han legalizado en muchos estados y la verdad es que su marihuana es de mucho menor calidad que la Gold de nuestra Sierra Nevada de Santa Marta.
Y a todos y todas quienes padecen dolores insufribles yo les diría que dejen los prejuicios a un lado. Conózcanla, aprendan a convivir con ella sin que se vuelva una tirana. Ella, a mi edad, solo trae paz interior, alivio del alma y la calma necesaria para los viejos días.
Florence Thomas
Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad Fuente