El mundo entero está urgido en que se acabe una guerra tan absurda y delirante, centrada en la prohibición al consumo de determinadas sustancias.
En diciembre de 2008, unos días antes de la posesión de Barack Obama escribí para un diario nacional una columna titulada Obama, “legalízala”, entre comillas porque citaba un capítulo futurista de la serie Los Simpson, donde Lisa convertida en presidenta de Estados Unidos le preguntaba a su hermano Bart qué quería para él, y éste le respondía: “legalízala”. Pero ocurrió que la editora a cargo decidió cambiar las comillas por signos de admiración (¡legalízala!), de modo que quedó como si el autor de la columna estuviera urgido en el asunto.
Urgido no está el suscrito sino el mundo entero en que se acabe una guerra tan absurda y delirante, centrada en la prohibición al consumo de determinadas sustancias, contrario a lo que percibe el sentido común, a saber: que es un imposible ético y jurídico –además de un atentado contra la autonomía individual- prohibirle a un ciudadano en uso de sus facultades racionales que se intoxique, o se emborrache, o estrelle su cabeza contra las paredes o, llegado a un extremo, se suicide.
En consonancia con este planteamiento, la Comisión Global de Política de Drogas (integrada entre otros por los expresidentes Fernando Henrique Cardoso, César Gaviria y Ernesto Zedillo), acaba de advertir que “si se parte de la idea de que cualquier consumo es un delito y un crimen, es muy difícil encontrar alternativas”. Con lo cual, de paso, extendieron lazos hacia una eventual legalización del consumo.
El tema cobra actualidad porque la guerra contra las drogas adquiere cada día más visos de ser un monumental fracaso -como lo fue en USA la prohibición del alcohol o Ley Seca, de 1920 a 1933-, en reiterada confirmación de que el fruto prohibido es el más gustado. Hoy México asiste atónito y agónico al espectáculo diario de violencia asesina que brindan poderosas mafias del narcotráfico, con suficiente poder de fuego para intimidar a la población y dinero de sobra para infiltrar los más altos niveles, en copia a escala de una situación ya vivida en Colombia y de la que aún no se conoce del todo hasta dónde llegó la infiltración.
En este contexto, son cada día más numerosas y calificadas las voces que le piden a Estados Unidos un replanteamiento, y si hasta ahora no han sido escuchadas no es porque la razón no las acompañe, sino porque a Estados Unidos le conviene más en términos estratégicos y geopolíticos mantener su supremacía mediante acciones permanentes de combate global contra las drogas, antes que adoptar políticas de corte liberal que pudieran interpretarse como una claudicación en el frente de batalla.
No es por ello de extrañar que el mismo Barack Obama que, siendo candidato se declaró partidario de repensar y despenalizar las leyes sobre la marihuana (“rethink and decriminalize our marijuana laws”, dijo en 2004), sea el mismo que como presidente de la nación más poderosa del mundo recula y asume posiciones más conservadoras, peligrosamente coincidentes con las de su antecesor George Bush.
Ahora bien, una cosa es el discurso oficial y otra lo que en la práctica viene ocurriendo, con una tendencia cada vez más marcada hacia la descriminalización. Fue así como el mismo día que el portavoz de la Casa Blanca declaró que no habría ningún cambio en la lucha anti-drogas, se anunció la apertura en Phoenix, Arizona, de la primera tienda que ofrece a su clientela todo el equipo, químicos y productos necesarios para cultivar marihuana hidropónica: una supertienda de la franquicia WeGrow, llamada “el Walmart de la marihuana”, que atiende el nuevo mercado surgido tras la aprobación de la ley estatal que permite el consumo de cannabis con fines medicinales.
Hoy en Estados Unidos el valor anual de la cosecha de marihuana totaliza 35.803 millones de dólares, unos 84 billones de pesos colombianos, más de ocho veces el valor de la producción agraria de Colombia, con lo que se ha convertido en el cultivo de mayor valor en ese país, ¡por encima del maíz! Ello explicaría en parte por qué con el paso de los años se ha venido afianzando una cultura permisiva en torno a la otrora ‘hierba maldita’, cuya manifestación más palmaria es la serie de dibujos animados con mayor éxito en el mundo entero, Los Simpson, donde en forma reiterada se les rinde homenaje a los cultores de su consumo.
Algún analista internacional había expresado que “la legalización solo ocurrirá cuando el consumo sea un fenómeno imposible de frenar, pero el negocio esté bajo pleno control norteamericano”. Puesto que las condiciones están dadas, es previsible que la despenalización de la producción, la venta y el consumo de las drogas comenzará (si no es que ya comenzó) por la aceptación social de la marihuana.
Así las cosas, del mismo modo que contra todos los pronósticos en Estados Unidos asumió la Presidencia el hijo de un inmigrante nacido en Kenia, nada de raro tendría que en un futuro no lejano obtuviera más simpatías de sus conciudadanos el candidato que prometiera una hierba de mejor calidad, más barata o con mayor potencial sicodélico.
Sea como fuere, con la que ya hay, alcanza y sobra para todos.
Fuente Semana