Después de más de cuatro décadas de una política mundial prohibicionista, la “guerra contra las drogas” que lanzó la administración de Richard Nixon, en los 70, y que luego profundizó la de Ronald Reagan, en los 80, se resquebraja poco a poco. Y una de sus fisuras alcanza hoy a América latina, donde el debate sobre la legalización de la marihuana avanza sin apremio, pero sin pausa.
Por primera vez lo hace, además, de la mano de varios presidentes que, cansados de la violencia causada por el narcotráfico y el poco éxito de las políticas represivas, se animan a buscar estrategiasalternativas a la política de “tolerancia cero “.
El primer llamado a “romper tabúes” en materia de drogas llegó en 2009, cuando una comisión encabezada por tres ex presidentes -el brasileño Fernando Henrique Cardoso, el colombiano César Gaviria y el mexicano Ernesto Zedillo- instó a discutir políticas alternativas, como la legalización del cannabis, la droga -por escándalo- más producida, traficada y consumida en el mundo.
Con mayor o menor énfasis, en los últimos años ese guante fue recogido por mandatarios en funciones, que colocaron a la región a la vanguardia de la discusión sobre el tema.
El caso más emblemático fue el de Uruguay, donde a fines del año pasado el Congreso aprobó la iniciativa del presidente José Mujica de legalizar la cadena de la marihuana: producción, distribución y venta.
La medida fue elogiada por el presidente guatemalteco, el general retirado Otto Pérez Molina, que, tras alcanzar el poder en 2011 prometiendo “mano dura”, sorprendió a todos en su toma de posesión al anunciar su intención de despenalizar la marihuana. Desde entonces, trabaja para ello y se ha convertido en uno de los promotores del debate regional.
A su lado, aunque mucho más borroso, figura el nombre de otro presidente conservador, igualmente consciente de las limitaciones de la lucha prohibicionista: el colombiano Juan Manuel Santos. “Hemos gastado billones de dólares en una guerra inefectiva que, sólo en México, dejó más de 60.000 muertos en los últimos seis años; millones que deberían haberse invertido en hospitales, colegios, viviendas para los más pobres y generación de empleo”, denunció la semana pasada Santos, al expresar su apoyo a un proyecto de ley que busca legalizar la marihuana en Colombia con fines medicinales.
En Chile, en tanto, la presidenta Michelle Bachelet encendió el debate en marzo, al afirmar que está dispuesta a revisar la categoría de la marihuana como droga dura. “El problema de la droga en Chile -dijo- no es el consumo individual o medicinal, sino las redes de narcotráfico que asolan las calles de nuestro país.”
En la Argentina, sectores del oficialismo impulsan el debate, pero no hay un proyecto de ley concreto.
Según los analistas, una de las principales razones que llevó a tantos mandatarios latinoamericanos a revaluar la legalización de la marihuana y pronunciarse abiertamente sobre ello fue la flexibilización de la guerra contra las drogas de la administración de Barack Obama.
En 2012, cuando los estados de Colorado y Washington legalizaron el cannabis, la Casa Blanca no sólo no se opuso al proceso, sino que manifestó una elocuente indiferencia; la misma que cuando Uruguay hizo lo propio.
Las legalizaciones en Estados Unidos “inspiraron a políticos en la región a reevaluar su actual política de prohibición de la marihuana y considerar la posibilidad de adoptar una estrategia más sensible sobre el tema”, dijo a LA NACION Mason Tvert, de la organización norteamericana Marihuana Policy Project.
“Los senadores norteamericanos antes tenían derecho a presentar ideas como, por ejemplo, legalizar las drogas. Pero si un presidente sudamericano se atrevía a hacerlo, era un narcotraficante”, graficó esta semana el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, que se pronunció a favor de “legalizar parcialmente” el consumo de algunas drogas. “[América latina], aunque no tiene una postura conjunta sobre la legalización de las drogas, perdió el miedo de discutir esa alternativa frente a la lucha frontal al narcotráfico”, dijo Correa.
Los recientes cambios en Estados Unidos, donde otros 18 estados permiten el uso medicinal de la marihuana, no sólo dieron a los países latinoamericanos más espacio de maniobra para explorar otras alternativas, sino que además abrieron una suerte de contradicción sobre cómo abordar la guerra contra el narco.
Acaso en su definición más liberal hasta ahora sobre la legalización de la marihuana, el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, señaló en junio pasado: “Hay un tema de incongruencia, de una política que evidentemente tiene que revisarse. Estados Unidos lideró la política de combate al tráfico, especialmente de la marihuana. Y, hoy, aunque es algo ilegal y está prohibido, vemos que en varios estados ya no es tan ilegal. Vemos que Uruguay ya lo aprobó. Y que eso tampoco tuvo ningún efecto en el orden de la relación diplomática”.
Mientras que presidentes y gobiernos se muestran abiertos a una posible legalización de la marihuana, la principal paradoja en la región -y gran diferencia con Estados Unidos- es que la opinión pública es mucho más reticente que sus autoridades políticas. A finales de 2013, el 55% de los estadounidenses se pronunció a favor de la legalización del cannabis, mientras que en América latina sólo lo hizo alrededor de un 35%.
“América latina sufrió y aún padece la violencia asociada al narcotráfico mucho más que Estados Unidos. Hay quienes creen, por ende, que legalizar la marihuana equivaldría a legalizar a los narcotraficantes, cuando en realidad es todo lo contrario”, señaló a LA NACION Hannah Hetzer, representante para América latina de la organización sin fines de lucro Drug Policy Alliance, con sede en Nueva York. “A diferencia de América latina, además, Estados Unidos lleva décadas debatiendo el tema y hoy existe una conciencia nacional sobre esta problemática, que permitió avanzar en la legalización de la marihuana a través de referéndums”, agregó Hetzer.
Con ella coincide Peter Hakim, presidente emérito de Diálogo Interamericano, un think tank con sede en Washington: “El mayor obstáculo en la región a la legalización de la marihuana no es la presión de Estados Unidos, sino el miedo de su sociedad civil. La mayoría de los uruguayos, de hecho, se opuso a la iniciativa de legalización de Mujica”. Los países aguardan ahora, precisamente, los resultados de ese experimento, para mover el debate en una u otra dirección..