Por Juan Ortelli en Rolling Stone Argentina.- La inflación y los tiempos de cosecha provocaron el surgimiento de una nueva especie criminal: los cogolleros
Por La fama expansiva del autocultivo, una práctica que se instaló en la última década, ha cambiado el precio de la marihuana en la calle revolucionando todas las reglas de un mercado históricamente acostumbrado al porro prensado que viene de Paraguay. En el último año, el gramo cultivado de forma artesanal en el país (con semillas importadas) pasó de cotizar 20/24 pesos argentinos a sobrepasar los 60, cifra que puede duplicarse o cambiar de moneda si el comprador es turista. Las flores de marihuana casera, los “cogollos”, son una mercancía de lujo en Buenos Aires, y de lo que más se habla entre los cultivadores por estos días -abril y mayo son meses de cosecha- es de robos de plantas y de una nueva especie surgida en lo más bajo de la escala del hampa: los “cogolleros”. La pesadilla de esta gente.
“¿Estás haciendo una nota sobre cogolleros? ¡Me muero! Acá debés de tener un montón de historias”, dice Sebastián Basalo en la Marcha Mundial de la Marihuana, apuntando a la multitud. Basalo es una celebridad en este universo: él fue quien recibió con actitud zen un vaso de agua en la cara de parte de Claudio Izaguirre, cuando discutió con el titular de la fantasmal Asociación Antidrogas de Argentina en el programa de Gerardo Rozín. Además es el director de THC, la revista de cultura cannábica más importante del país. “Hay un montón de cartas de lectores en los últimos números comentando el problema de los cogolleros”, asegura Basalo. “Vemos que el robo de plantas está aumentando a la par del cultivo. Y el cogollo va camino a convertirse en una especie de oro verde.”
Las más de 100 mil personas que marcharon el mes pasado de Casa Rosada al Congreso de la Nación (40 mil más que en 2012) le reclaman al Estado que congele las detenciones a cultivadores no comerciales (el caso de Fernando Colombini, un albañil de 25 años preso por tener ocho plantas, es la causa urgente) y regule el acceso al cannabis. En el juego corto, los cultivadores derrotan al narcotráfico sin ayuda, pero en la discusión a largo plazo necesitan que el Estado los reconozca para, por ejemplo, alcanzar el sueño por ahora imposible de los clubes de cultivo.
Con el mercado desestabilizado, el del cogollero es un robo perfecto: el cultivador no puede hacer la denuncia, porque aunque no venda opera en la ilegalidad, y así los cultivadores de tierra -que abundan en el Conurbano- quedan vulnerables también frente a los narcos del barrio y a policías corruptos.
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