Por Eugenio Arce Lerida.- Quienes vieran hace unos días la Sexta Televisión, en un reportaje emitido sobre el cultivo, tráfico y consumo del cannabis en España, se sorprendería –como yo- de saber que si te inscribes en un club de fumadores de marihuana, no tendrás problemas de abastecimiento. Claro que a este club, como siempre, pertenecen las personas que tienen suficiente poder adquisitivo y, además, vivan en grandes ciudades: Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, etc.
El consumo del cannabis en España –y en otras partes del mundo- está tan extendido que va a ser difícil –hace tiempo que ya lo es- para las diferentes policías controlar el tráfico ilegal de este producto. Se calcula que en España hay entre cuatrocientos mil y quinientos mil fumadores de marihuana diarios y más de tres millones ocasionales. Estamos en el tercer puesto, según el Observatorio Europeo de las Drogas y Toxicomanías. Con una demanda tan enorme, la importación o tráfico ilegal –casi siempre de Marruecos- y el cultivo clandestino han crecido exponencialmente.
Con motivo de la crisis económica y debido al alto precio que alcanza el producto en el mercado negro, muchas personas se organizan para cultivar el cannabis en los sitios más insospechados: pisos, naves industriales, huertos cerrados a cal y canto, etc. Se arriesgan a ser pillados y acusados de tráfico de drogas. En España el consumo privado no está penalizado, pero sí el tráfico de drogas como delito contra la salud pública, tipificado en el artículo 368 del Código Penal.
La variedad del cáñamo (cannabis) que se consume es la denominada “Cannabis Sativa”. Es una planta anual que crece en climas tropicales y templados. Toma la forma de arbusto y puede sobrepasar la altura de un ser humano. Sus efectos se deben a unas sustancias llamadas cannabinoles, siendo el más importante el delta-9-tetrahidrocannabinol (THC), secretado por unas glándulas que abundan en las hojas y flores de la parte superior de la planta femenina. Depende de qué parte de la planta se utilice, así hay diferentes productos cannábicos: la picadura seca de las hojas y flores, de color verde o marrón, recibe el nombre de marihuana, maría, hierba, grifa, etc. Suele contener entre el 1% y el 2% de THC. Se fuma liado en cigarrillos que reciben el nombre de “porros”. El polen de dicha planta, que va del amarillo verdoso al marrón, se convierte en el hachis, hasch, costo, chocolate, etc. Tiene entre el 4% y el 10% de THC. Suele mezclarse con el tabaco. Cuando el THC se extrae artificialmente, por maceración, se presenta en forma de aceite y tiene alrededor del 60% de THC. El aceite se puede untar en el papel de fumar el cigarrillo, aunque también se puede añadir a ciertos alimentos: madalenas, mantequillas, dulces, infusiones, etc.
Dicen los expertos que el cannabis tiene efectos físicos y psicológicos. Entre los primeros están el aumento del ritmo cardíaco, la disminución de la presión arterial e intraocular. Últimamente algunos médicos lo han aconsejado por sus efectos paliativos sobre pacientes que están en tratamiento de quimioterapia, en esclerosis múltiple, fibromialgia y diversos tipos de dolores crónicos, como inductor del sueño, etc. Como algo negativo y a largo plazo, indican que puede dificultar la función pulmonar. Esto me recuerda el tabaco (droga legal) y las variadas patologías que produce su consumo a largo plazo: enfisema, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), los cánceres de pulmón y de otros órganos que están en contacto con las nocivas sustancias que las Tabacaleras añaden al tabaco para mantener la adicción de los consumidores. El alcohol también es otra droga legal que produce infinidad de patologías cuando se abusa de su consumo y ya saben ustedes que hay mucha gente que abusa. En cuanto a los efectos psicológicos del cannabis, los expertos apuntan la euforia, risa, relajación, aumento de las sensaciones táctiles, gustativas y auditivas, etc.
Yo, con estas líneas, no estoy defendiendo al cannabis frente al tabaco, sino que si éste es legal que lo sea también el cannabis. Es una postura que quizá no sea “políticamente correcta”, como se dice ahora, pero es lo que pienso. Con esto evitaríamos que los consumidores se muevan en ambientes de marginalidad y delincuencia para obtener el producto, además, los vendedores (traficantes de drogas) en estos ambientes no sólo ofrecen cannabis sino también otras drogas más perjudiciales: cocaína, heroína, etc.
Mientras el cannabis sea ilegal y la demanda exista (aumenta cada vez más), las mafias que controlan este producto seguirán enriqueciéndose, aunque para ello tengan que cometer toda clase de delitos. El estado, a través de las diferentes policías y cuerpos de seguridad, en cumplimiento de la legalidad vigente, emplean medios, energías y, muchas veces, arriesgan su vida para evitar dicho tráfico, pero nada de todo esto logra detener la avalancha de consumo. Desde que se aprobara, en 1.961, en Nueva York, la Convención Única sobre Estupefacientes (que incluía el cannabis), el mundo civilizado ha estado luchando, infructuosamente, contra esta situación. Si la venta de cannabis fuera legal los recursos que emplea el estado se podrían derivar hacia otras cuestiones más peligrosas; además, igual que se cobra un impuesto sobre el tabaco, se podría cobrar sobre el cannabis si se vendiera en lugares debidamente controlados. Esto tendría también la ventaja de controlar la calidad sanitaria de un producto, que al venderse ilegalmente, a veces se adultera con sustancias nocivas. En Europa tenemos el ejemplo de Ámsterdam, aunque está dejando de ser una excepción mundial, pues aumenta el número de países, ciudades y regiones en el mundo que abogan por descriminalizar y legalizar el cannabis. Ya hay voces de líderes mundiales: Kofi Anan, exsecretario general de la ONU, el presidente Estados Unidos, Barack Obama, o el premio Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, que reclaman una regulación diferente. Actualmente, todo el mundo mira con expectación el caso de Uruguay, donde su presidente, José Mújica, fue el principal impulsor de la legalización de la marihuana. El gobierno de este país controlará la producción, distribución y venta del cannabis. Después de varios meses de debates públicos y parlamentarios, el 24 de diciembre de 2013 la ley fue promulgada por el poder ejecutivo y entra en vigor a los cinco meses de su publicación, por lo cual el día 24 de este mes tendrá plena vigencia.
Actualmente en España, las intenciones de nuestro gobierno “popular” es endurecer las penas por el consumo y abastecimiento del cannabis (también por manifestarse en contra de las impopulares medidas económicas que toma el gobierno). En esa ley, el gobierno también está dispuesto a acabar con los clubes sociales de fumadores de cannabis que han proliferado en los últimos años, sobre todo en Cataluña y el País Vasco. Así se contempla en el proyecto de ley para la Protección de la Seguridad Ciudadana. Es lo que se conoce como la ley “Fernández”, por el apellido del ministro del Interior que la promueve. Nuestro país, donde el 80% de los condenados por tráfico de drogas lo son por cannabis, actúa en contra de la tendencia mundial.
Por lo anteriormente expuesto, podría parecer que defiendo la legalización del cannabis por un interés personal. Nada más lejos de la realidad. Soy Trabajador Social especializado en Toxicomanías y he trabajado durante cinco años en un centro de desintoxicación de enfermos alcohólicos y otras drogodependencias. Siempre he defendido la ilegalidad del cannabis, pero la realidad es la que es: que no hay nada que logre impedir el aumento de su consumo y son baldías las energías que se gastan en combatirlo. Nunca he fumado, ni tabaco ni otras sustancias, y estoy en contra de su consumo, pero eso no impide que en esta cuestión (como en otras que dividen a la sociedad) critique la criminalización que se está haciendo de los fumadores de cannabis.
Por Eugenio Arce Lerida
Publicado en Lanza Digital