Por Rodrigo Urrego.- El imperativo categórico propuesto por Chamfort “gozar y hacer gozar sin hacerse daño a sí mismo ni a los demás” es el resumen de la filosofía hedonista, del pensamiento libertario asociado a la responsabilidad asumiendo sus consecuencias. El consumir marihuana es un asunto de uso de la libertad individual que debe ser tratado desde la problemática de la salud pública. Es ridículo seguir atacando el problema de las drogas con prohibición judicial y represión policial. Y sobre todo cuando hablamos de Marihuana (Cannabis sativa). Sin importar cuál sea nuestra orientación política, religiosa o sexual, todos sin excepción cultivamos una mata de marihuana en nuestro cerebro, que produce endocannabinoides, responsables de los efectos de la marihuana.
Fueron investigadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén los que encontraron la molécula responsable de los efectos de la marihuana; se trata del tetrahidrocannabinol, también conocido como el THC, el cual interactúa con receptores neuronales brindando en general una sensación de placer, de serenidad, de escape a los agites de la vida moderna. Pero a finales del siglo XX se descubrió que nosotros producimos dos sustancias con efectos similares al THC, se trata de la anandamida y el 2-AG, los cuales son más conocidos como canabinnoides endógenos que intervienen en la regulación del dolor, la ansiedad, el hambre, entre otros.
Pero esto no es nada nuevo, diferentes culturas ya habían comprobado sus sorprendentes propiedades, por ejemplo, en el siglo XV la planta era usada para aliviar problemas de epilepsia en lo que hoy conocemos como Irak, mientras que en la India se incorporó a los rituales religiosos dado su efecto embriagador, requerido para estimular el viaje al interior del ser. A principios del siglo XX en los EE.UU. el cannabis comenzó a ser utilizado en una gama amplia de afecciones, desde la migraña hasta las úlceras fueron tratadas con el extracto natural de la polémica planta.
La marihuana ha sido clave en la industria farmacéutica, hoy en día en el mercado se pueden encontrar compuestos análogos al THC para contrarrestar las náuseas provocadas por la quimioterapia, para estimular el apetito en los enfermos de sida, para combatir todo tipo de dolencias, por ejemplo, entre los usuarios de la marihuana están casi 100.000 niños estadounidenses que padecen “epilepsia refractaria”, resistente a los antiepilépticos convencionales pero no a la cannabis. Igualmente, el investigador Guillermo Velasco de la Universidad Complutense de Madrid, reporta que los derivados de marihuana contribuyen a reducir el crecimiento de diversos tumores, utilizando una exquisita ruta molecular para inducir la muerte de las células cancerígenas.
Por otro lado, la legalización de la marihuana y otras drogas ilícitas pueden ayudar a exterminar la economía del narcotráfico que tanto daño y tantos muertos le ha costado a nuestro país. Según la Organización de los Estados Americanos, apenas 1% del total de ventas del ilícito negocio les queda a los campesinos e indígenas cultivadores de la región andina, el resto queda en los intermediarios, o sea en los grupos delincuenciales, que mueven en ventas cerca de US$320.000 millones. Dinero suficiente como para corromper a la justicia, a la policía, a los militares, comprar armas y montar ejércitos criminales.
La marihuana existe y no se va a poder erradicar, la solución consiste en legalizar manteniendo una fuerte política de prevención, el problema es que acá preferimos gastarnos el dinero fortaleciendo el pie de fuerza y no en campañas de salud pública. Por ahora, démosle a probar una infusión de cannabis a esas úlceras de la política colombiana que siguen abogando por la prohibición. ¡Qué bien le hacen a los carteles de la droga! Por Rodrigo Urrego