Por fin el mundo parece estar dando un giro —aunque tímido— hacia una política más sensata para lidiar con el tema de las drogas. La decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en México de permitirle a los cuatro demandantes cultivar su propia marihuana para uso recreativo es el avance más reciente en un proceso que se ha dado en varias partes del continente para replantear la ineficaz guerra contra las drogas. Son pasos pequeños, sí, pero contundentes y necesarios para solucionar un problema que sigue alimentando la violencia y la corrupción en los países productores, incluyendo Colombia.
La sentencia en México no cambia de inmediato las fuertes leyes antidrogas de ese país, pero sí crea una incoherencia en el sistema jurídico que tendrá que ser atendido por la misma Corte y por las fuerzas políticas de ese país. El mensaje de los togados es claro: algo tiene que cambiar.
El problema no es menor. Según un estudio de la RAND Corporation, la quinta parte de los ingresos de los cárteles de droga en México es producto de la venta de marihuana ilegal, especialmente en Estados Unidos. Y no es necesario recordar el daño continúo que estas mafias le han causado a ese país, similar al que Colombia vivió en los 80 y 90 y que aún hoy vemos.
Pero que México la desregule es sólo el principio. De nada sirve que producirla sea legal si en el lugar donde la compran, Estados Unidos, sigue siendo ilegal. Allí, no obstante, las señales también son esperanzadoras. Oregon, Washington, Colorado, Alaska y el Distrito de Columbia ya legalizaron la droga. California, el primer Estado en legalizar el uso medicinal en 1996, tiene planeado un referendo sobre el tema para el año entrante. Ese dato es crucial: si esa frontera clave con México legaliza la marihuana, es muy probable que la demanda por la droga en el país hispanohablante disminuya, atacando así directamente los ingresos de los carteles.
Además, el nuevo primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, se comprometió a legalizar el uso recreacional de la droga, otro éxito importante.
En Colombia también hay señales de avance. Además de un proyecto de ley que está en curso —y que, reiteramos, se debe llevar a buen puerto—, el ministro de Salud, Alejandro Gaviria, anunció en entrevista con El Espectador que a finales de noviembre puede esperarse que su Ministerio emita una reglamentación para el uso en el país de la marihuana medicinal. Enhorabuena.
No hay motivos para prohibir la marihuana. Los estudios han demostrado que el cigarillo y el alcohol, dos productos que se comercializan legalmente en el país, son mucho más dañinos para la salud que la marihuana, la cual sí tiene beneficios médicos.
¿Cuánto falta para que nos sacudamos esa tara moralista de tenerle miedo a las drogas? Los argumentos de distintos tipos abundan: es una buena política pública, en el caso de la marihuana no debe haber miedo a daños en la salud y, además, estaríamos protegiendo el derecho fundamental al libre desarrollo de la personalidad de las personas.
El debate, no obstante, no debe terminar ahí. La guerra contra las drogas ha fracasado. La marihuana es el primer paso, pero también debemos pensar qué hacer con todas las otras. La persecución ha resultado ineficaz. No podemos quedarnos de brazos cruzados.