La hermana Luna y la hermana Camila llevan los votos del cannabis y buscan hacer un gran negocio.
Las hermanas se desmarcan de cualquier religión apenas comienza la entrevista con el portal Entrepreneur y, enseguida, venden sus productos a base de cannabis.
La Hermana Luna y la Hermana Camila llevan sus hábitos bien puestos, se hacen llamar monjas, pero, al mismo tiempo, se desmarcan de cualquier religión.
Compañeras y amigas desde los 14 años, estas dos monjas cannábicas se saben reconocidas entre aquellos que se han involucrado en la creciente cultura empresarial de la marihuana y que les piden, en medio de la primera edición de CannaMéxico, una selfie, una foto, una forma de registrar esta extravagancia que hoy miran en el ya de por sí contexto sui generis que representa un congreso de marihuana en México.
“Nos afiliamos a la hermandad el año pasado. Antes habíamos tenido la idea de formar un negocio de extractos de aceite, porque ella es de formación bióloga y yo estudié Negocios”, dice la hermana Luna.
La Hermana se refiere a Sisters of the Valley, una hermandad dedicada al negocio del Cannabis en California.
Las primeras latinoamericanas
Luna y Camila son las dos primeras monjas mexicanas que se adhieren al grupo, las primeras que hablan castellano, las primeras provenientes de un país latinoamericano que ha visto muertes y sangre derramada por una guerra contra las drogas.
“Creo que si hubiéramos querido emprender el negocio aquí no hubiéramos hecho nada. En México, para empezar, no hay protección, no tienes seguridad, y en un negocio así lo que se necesita es sentirse protegido, que haya organización en el Gobierno”, se lamenta Camila.
Las monjas llegaron a CannaMéxico, convención sobre cannabis organizada por el expresidente Vicente Fox, cargando unas mochilas que multiplicaron el tamaño en sus menudas anatomías.
Una de ellas lleva unas gafas RayBan, las dos caminan en tenis deportivos y comparten las ganas de darse a conocer: difícil que una monja pase desapercibida en medio de un tumulto cannabico; imposible cuando son dos.
“Estamos alcanzando un objetivo: qué nos conozca la gente. Estos eventos nos dicen que están escuchando lo que tenemos que decir”, asegura Camila cuando habla de la trascendencia de llevar el tema del cannabis al debate público.
Sisters of the Valley fue creada por la Hermana Kate –en la congregación los apellidos han quedado en el olvido–, quien comenzó a sembrar marihuana como un grito de rebeldía contra un Gobierno que, consideraba, no ofrecía el apoyo suficiente a las mujeres trabajadoras.
Feminismo
Los hábitos de la hermandad son, entonces, pura desobediencia.
Una forma inédita de feminismo que tiene en el centro de la conversación una polémica planta, la cual también representa el sostén para el grupo.
Con el cannabis que siembran, las monjas obtienen cannabidol, una sustancia que se extrae de la planta, de gran potencial para disminuir dolor.
Con esta sustancia, las monjas fabrican jabones, pomadas y cápsulas que entregan a diversas partes del mundo.
Los envíos pasan por artículos de cuidado personal, llegan a diferentes países y generan ganancias suficientes para mantener al grupo.
Sus rituales
“También llevamos esto de manera espiritual y por eso precisamente nos integramos a Sisters of the Valley. El respeto que tienen por la planta es el respeto que se merece cualquier planta medicinal, pero con la diferencia que ésta puede ayudar a muchas personas”, dice la Hermana Luna.
Cada luna llena las hermanas realizan rituales para agradecer a la planta.
Si se les pregunta cómo consumen el cannabis, contestas que lo fuman, pero siempre por alguna razón.
“Sí consumimos marihuana de forma lúdica, no sólo porque sí, sino que por respeto a la planta siempre lo hacemos por alguna razón. De forma medicinal, consideramos que se debe seguir informando, sobre lo que es el CDB y el THC, quiénes pueden usar la planta, qué tipo de malestares se pueden resolver con ella”, explica la hermana Luna.
“Vivimos en México y pasamos una gran parte del tiempo en Estados Unidos, por lo que transitamos entre las dos culturas”, explica la hermana Camila quien, al igual que la hermana Luna, es nacida en Puebla.
“En la frontera vemos un intercambio muy constante en torno a la cultura de la mariguana, pero más hacia el centro del país, la gente mantiene una postura muy cerrada alrededor del cannabis”.
En estos días, los legisladores mexicanos evalúan la posible legalización de las drogas, un mercado que se mantiene bajo la sombra de lo ilegal, pese a las propiedades reconocidas de la planta.
Mientras tanto, las Hermanas Luna y Camila siguen con el negocio desde Estados Unidos, con los rituales de luna llena, con los hábitos puestos, con las selfies.