Mientras en Estados Unidos ya hay magnates de la marihuana, hombres de cuello blanco y corbata que comercian con cannabis dentro de la ley, aquí seguimos una lucha a muerte contra el tráfico de esa droga.
En La Razón de ayer mostramos la fotografía del empresario Paul Stanford en su granja de cannabis en Oregon, donde aparece rodeado de plantas de mariguana como si fuera un próspero productor de uvas que sonríe en medio de sus viñedos.
No se trata de proponer ahora una discusión sobre qué hace más daño, los viñedos de Pedro Domecq o los sembradíos de Paul Stanford, quien ya ganó sus primeros diez millones de dólares (unos 140 millones de pesos) con la comercialización de marihuana.
La foto que publicó este diario, con el rozagante Stanford, de vistosa corbata y traje obscuro, las manos cruzadas a la altura del cinturón, sin nada qué temer y mucho de lo cual sentirse orgulloso, corresponde a una imagen del presente.
Y así será en lo sucesivo, nos guste o no.
Tampoco se trata de abrir en este breve espacio un debate sobre legalizar o no la marihuana. La discusión deseable es otra.
El punto está en el tratamiento que se le da en Estados Unidos a la marihuana sembrada allá y a la sembrada acá. Y el que le damos nosotros.
Allá el sembrador de esa yerba tiene reconocimiento social y puede pagar sus deudas con las ganancias de ese cultivo, como ocurrió con Paul Stanford que se salvó de la ruina gracias a la siembra y venta de cannabis en media docena de estados dela Unión Americana.
Dicen en Estados Unidos que la producción de marihuana tiene fines medicinales. En realidad es una forma de taparle el ojo al macho. O un eufemismo, para decirlo de mejor manera.
Cualquier antibiótico, antidepresivo o pomada de mediana calidad da mejores resultados terapéuticos que un churro de mota, para lo que sea.
Lo que hay es una manera de dar cauce a la tolerancia hacia quien prefiere fumar marihuana en lugar de tomar un fármaco, o hacia quien la desee consumir con fines de placer.
Si eso está bien o está mal, es otra discusión.
Vuelvo al punto: ¿por qué en México gastamos miles de millones de pesos en evitar que la marihuana llegue a Estados Unidos, donde se siembra, se comercializa, se consume y se presume (como en la foto de Stanford)?
Estados Unidos le ha entregado al gobierno mexicano cerca de 900 millones de dólares para combatir con las armas la producción de una yerba que allá es legal de principio a fin.
¿Por qué tenemos que poner los muertos?
¿Hasta cuándo?
Fuente LaRazon.com.mx