A la gran teoría conspirativa del año se le cae una ficha: el fondo de inversiones del estadounidense George Soros no conserva acciones de Monsanto. El dato había dado alas a un rumor según el cual la empresa alentaba el proyecto de ley de regulación de la venta de marihuana, a estudio de la Cámara de Senadores, con la intención de desarrollar una semilla transgénica.
La transnacional de la biotecnología Monsanto presumió hace un mes de trabajar en Uruguay “con excelencia y en colaboración permanente con las autoridades para la mejora continua de la actividad agrícola y del bienestar social”. Cualquier gobierno se haría el disimulado ante una serenata así de esta empresa, responsable de daños tétricos a las sociedades, la salud humana, el ambiente y la economía: ha vendido armas químicas usadas en la guerra de Vietnam, semillas que producen vegetales sin semilla, semillas de plantas resistentes a un pesticida que la propia Monsanto fabrica, semillas que al desarrollarse contaminan cultivos con su polen, que también enferma a las abejas. La compañía negó en el mismo comunicado estar “trabajando para patentar una semilla de marihuana transgénica en Uruguay y en ningún otro lugar del mundo”.
Hace un par de años, cuando la suerte del proyecto de ley que regulará el cultivo y dispendio de cannabis era aún incierta, lo del superporro transgénico era un chiste festejado a carcajadas en la comunidad fumeta. Pero ahora, con la iniciativa a punto de ser aprobada, periodistas y opinadores usaron el chiste para armar la teoría conspirativa más solemne, disparatada, publicitada y creída del año.
En la trama se cruzan Monsanto, el especulador estadounidense George Soros, cogollos monstruosos cosechados en el Paraguay de Horacio Cartes, las ganas de caerle al gobierno argentino de Cristina Fernández, asociándolo a un proyecto de ley similar al uruguayo, y un complot “sionista” para reducir la natalidad mundial e “idiotizar a los pueblos”, pergeñado por el imperio británico, Holanda y las familias Soros, Rothschild, Rockefeller y Gates, según denuncian grupos católicos tan ultramontanos que hasta recelan del “antipapa Francisco”.
La idea de la marihuana transgénica carece de asidero biológico y económico. Si fuera viable, ya existiría. El narcotráfico siempre ha invertido en ciencia y tecnología. Personajes televisivos como Walter White tienen correlatos tan reales y cercanos como Eugenio Berríos. Si en algún viejo laboratorio soviético de Uzbekistán ya le pudieron encajar un gen de coca, amapola o espinaca a semillas de marihuana, nadie se enteró. Porque a los traficantes, que al fin y al cabo son comerciantes bastante hábiles, no les conviene producir tan a granel. Para cubrir la demanda mundial de cannabis es innecesario cultivar vastas superficies como las requeridas para producir arroz, soja, maíz, trigo y azúcar, vegetales que se procesan como alimento humano y animal, aceite y biocombustible. En un producto de esta naturaleza, además, es muy poco lo que se puede avanzar en la genética más allá de los métodos tradicionales de selección, cruce o hibridación, polinización y trasplante de esquejes, practicados durante siglos de domesticación y uso recreativo, médico e industrial.
Transgénico y neoliberal
El portal argentino de noticias Urgente 24 es el que más ha propagado la teoría de la conspiración Monsanto-Soros-Open Society Foundations por la despenalización de la marihuana en Uruguay, a la que sumó a figuras derechistas estadounidenses como Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal. Tan sorprendentes son las posturas legalizadoras de éste como las del patriarca de los Chicago Boys y el neoliberalismo, el premio Nobel de Economía Milton Friedman, conocida desde los años 80. Ocurre que el debate sobre las drogas no transcurre en el continuo ideológico izquierda-derecha, sino en el liberal-conservador. La legalización de las drogas es una reivindicación liberal de larga data, repudiada por conservadores de derecha y de izquierda.
Urgente 24 también se hizo eco de la requisa en Paraguay de tres hectáreas cultivadas con “una variedad poco conocida de marihuana apodada transgénica”, la cual sería “potencialmente cancerígena y hasta adictiva, según distintos reportes médicos”. De una noticia con tantos condicionales y fuentes sin nombre no se puede más que desconfiar, por más entretenida que resulte. En la revista Barcelona no habría desentonado.
Con una falta de rigor semejante se ha manejado el vínculo de George Soros con la mayor productora mundial de semillas y transgénicos. Soros juega con papeles: compra y vende acciones, bonos y otros instrumentos financieros, entre ellos los que ofrece Monsanto. Pero en las últimas semanas, la prensa de Argentina y Uruguay le asignó más poder en la empresa que a su propio gerente general y presidente del directorio, Hugh Grant, sin parentesco con el actor británico homónimo.
Para Urgente 24, “una de las cinco principales inversiones de Soros en el planeta es Monsanto, donde es el segundo mayor accionista”. El imaginativo portal argentino anotó la media sanción del proyecto uruguayo de ley sobre marihuana a la cuenta del “lobby de Monsanto”. Con el terreno así abonado, la gran mayoría de la prensa uruguaya (la diaria incluida) ha dado por cierto, un día sí y el otro también, que Soros es “dueño” o “accionista” de Monsanto, incluso después de ver de cerca al veterano hace un mes en Nueva York, donde se reunió con el presidente José Mujica.
Soros creó y preside una institución entre filantrópica y académica de inclinación bien liberal llamada Open Society Foundations. También integra, junto con otras celebridades variopintas, la Junta de Honor de la Drug Policy Alliance, que desde 2000 promueve la reforma de las leyes sobre drogas de Estados Unidos. Ambas organizaciones ven el proyecto uruguayo con buenos ojos. Sus representantes han participado en actividades oficiales y públicas realizadas en Uruguay. Open Society Foundations, incluso, financió la campaña televisiva de la coalición Uruguay por la Regulación Responsable de la Marihuana, en favor de la iniciativa hoy a estudio del Senado. Todo eso es cierto, ciertísimo. Pero ¿George Soros es accionista de Monsanto? No. Ahora, no.
Especulador especulado
Soros Fund Management LLC se dedica a la especulación de alto riesgo, y por eso sus colocaciones son en extremo volubles. En 2002, las inversiones del fondo en Monsanto sumaban cero. Saltaron a 87,2 millones de dólares en noviembre de 2009 (1,1 millones de acciones) y se sextuplicaron al año siguiente a 313 millones de dólares (6,5 millones de acciones). Pero algo pasó en 2011: al cabo del año, el fondo de Soros se había desembarazado de 98,8% de sus acciones de Monsanto (se quedó con 80.600) y para 2012 ya las había vendido todas. En noviembre de 2012 compró 144.000 (por 13 millones de dólares, lo que para él es cambio chico) y para este año ya se había vuelto a sacar hasta la última de encima.
O sea que medios de prensa de Argentina y Uruguay estuvieron meses atribuyéndole a Soros acciones de Monsanto que su fondo no poseía ni posee, según los Formularios F-13 presentados cada tres meses por la firma a la gubernamental Securities and Exchange Commission de Estados Unidos (SEC).
Un dato falso que se podría haber desechado mediante una simple consulta al sitio web de la SEC sirvió para sembrar en el vecindario el temor a la horda de zombis fumadores de faso transgénico que bajan desde las cuchillas, y la suspicacia hacia funcionarios del gobierno, legisladores y organizaciones civiles que promueven la despenalización del cultivo y expendio de cannabis. Al caer el comodín, se derrumba el castillo de naipes. Pero le sacaron tantas fotos, que en los próximos meses se seguirá hablando del porro de Monsanto con filtro como si lo vendieran en el quiosco.
Soros no es un ángel. Maneja sus fondos con un criterio de rentabilidad y le suelen resbalar la responsabilidad social, ambiental o económica de las empresas cuyas acciones compra o las consecuencias de sus operaciones. En 1992 ganó 1.000 millones de dólares apostando contra la libra esterlina, y cientos de miles de británicos se arruinaron. En 1994 el entonces primer ministro de Malasia, Mahathir Mohammad, lo acusó de desatar la crisis económica en el sudeste asiático al retirar de allí sus divisas. Tiene abundantes acciones de compañías petroleras y mineras. Herbalife es acusada de fabricar suplementos alimenticios y cosméticos dañinos para la salud, prohibidos en Colombia y en varios países europeos, y de encubrir un negocio de inversión fraudulento. Las tiendas Walmart son la mayor boca de armas de fuego de Estados Unidos. Y si en el pasado el fondo de Soros compró acciones de Monsanto, nada impide que lo haga otra vez en el futuro.
El círculo se cierra
Para ver cómo funciona la cabeza del Soros inversionista, hay un ejemplo bien cercano. En medio de la crisis rioplatense, en 2002, Soros Fund Management LLC se asoció con expertos agropecuarios argentinos para crear la empresa Adecoagro, cuya primera operación fue la compra al grupo Pérez Companc de una empresa que poseía 74.000 hectáreas. El nombre del especulador estadounidense atrajo más inversiones. Hoy, la firma tiene cientos de miles de hectáreas mucho mejor cotizadas que en 2002, repartidas entre Argentina, Brasil y Uruguay, donde produce soja, arroz, azúcar, café, algodón, etanol y productos lácteos. El fondo ganó muchísimo dinero con Adecoagro, aunque su participación ya no es mayoritaria.
Esta transnacional agropecuaria, que cuenta en su directorio con colaboradores cercanos de Soros, se enorgullece de practicar a rajatabla el método de “siembra directa”, que consiste en cultivar sin arar la tierra, en los rastrojos que dejó el cultivo anterior. Esta técnica requiere un uso mayor de pesticidas, y en estos países el preferido es el glifosato, que exige la compra de semillas transgénicas que produzcan plantas resistentes a ese producto de Monsanto. Es decir que, en una peculiar vuelta de tuerca, una empresa vinculada con Soros le compra semillas a Monsanto, un dato impertinente que servirá para que la paranoia se alimente de su propio vómito.
Este cuentito del viejo de la bolsa de Wall Street persistirá. El ingenio popular encontrará el modo de taparle los agujeros para reciclarlo y volverlo creíble. Al mismo tiempo, seguirá banalizándose la invasión del territorio nacional por parte de organismos transgénicos, cuyas consecuencias para las próximas generaciones son impredecibles. También seguirá banalizándose la tragedia de cientos o miles de personas que en algún momento de sus vidas perdieron la libertad sólo por su afición a fumar marihuana o a cultivarla. Por Marcelo Jelen
Fuente La Diaria