La primera vez que fumó marihuana fue en 2008. Tenía 52 años y el diagnóstico de una enfermedad llamada fibromialgia. Noemí Oliveto -hoy 58 años, psicóloga de la UBA, ex legisladora porteña- repasa aquel momento imposible de olvidar: “Estaba en Caviahue, adonde había llegado para hacer un tratamiento. Un mujer que había ido por lo mismo me habló de la marihuana y me convidó una pitada. A los quince minutos me sentí en el cielo”, dice.
Nunca antes había fumado un porro, el cigarrillo que se arma con la flor de la planta de cannabis. A partir de ese día se convirtió en usuaria medicinal. La fibromialgia es una enfermedad crónica, que produce intensos dolores en los músculos, huesos y articulaciones. La depresión, la rigidez y la fatiga son otros síntomas. Ninguno es visible. Noemí habló con su médico, que aprobó su consumo, siempre y cuando no abandonara el tratamiento de base. Y después, habló con sus hijos. “Les expliqué por qué iba a empezar a fumar: me alivia el dolor, me activa. En un gran acto de amor, me apoyaron. ‘Mamá, si a vos te hace bien, nosotros estamos con vos. No queremos que sufras”, cuenta.
Buscó información. Puso a germinar la semilla holandesa que le había regalo aquella mujer en Caviahue. Con mano de jardinera, logró una primera producción de calidad y numerosa. De esa planta, extrajo brotes para que nacieran otras. “La marihuana se volvió mi medicina alternativa. Estoy a favor del uso medicinal y también apruebo el uso recreativo. El Estado no tiene derecho a meterse en las decisiones de un individuo”, apunta Noemí, que espera que a fines del año próximo le otorguen la jubilación por discapacidad, después de años de trámites
Fuente Clarin