Por Jose María Escorihuela Sanz.- Muchos dicen que la adicción es motivo suficiente para limitar la oferta de drogas. Según se suele argumentar, el peligro de que caigamos presos de nuestros oscuros impulsos y pongamos a la sustancia en centro de nuestras vidas, dicen, justifica de sobras la prohibición.
Este razonamiento, pudiendo parecer de sentido común, va en contra de numerosas ideas que son intuitivamente aceptadas. La más importante de ellas quizá sea concepto del “consentimiento informado”, un requisito clave en nuestros tiempos con el que pedimos permiso a alguien para hacerle algo que puede resultar desagradable. Al aceptar comúnmente que este trámite es moralmente necesario, especialmente en situaciones muy delicadas, nos reconocemos una autonomía privada inviolable y entendemos que, para protegerla, es preferible practicar un trato de carácter voluntario. De esta forma, establecemos el consentimiento informado en numerosos momentos cruciales, siendo el rito que distingue un acto legítimo de otro que no lo es, diferenciando, por ejemplo, una violación de hacer el amor, un asalto físico de un combate de boxeo, un homicidio de un suicidio asistido o un robo de una donación.
Nuestra sociedad ha aprendido a protegerse de la tiranía arbitraria de los demás precisamente así, reconociendo que somos libres, que no debemos hacerle a otros cosas sin su permiso y que sólo un motivo muy poderoso nos permite arrebatarle la libertad a alguien. ¿Acaso el peligro que trae la adicción es uno de esos motivos? Tal vez me equivoque pero, personalmente, dudo que los daños derivados de la dependencia a las drogas deban generar esa excepción. Actualmente, reconocemos a los seres humanos una autonomía plena en situaciones que tienen mucho más riesgo, ya sea en el derecho que los pacientes poseen para pedir el alta voluntaria en situaciones de clara necesidad asistencial, en la práctica de deportes de riesgo, en la toma de tabaco o alcohol, en el desempeño de trabajos de alto riesgo, o en la libre expresión y difusión de ideologías que han traído consecuencias nefastas para la humanidad.
La única excepción que se me ocurre, es que la persona no tenga capacidad de voluntariedad, de plena conciencia, de madurez o de libertad de acción a la hora de elegir drogarse. A excepción de los niños, de los incapacitados mentales y de los que están coaccionados por otros, no veo excusa para apelar a algún posible desconocimiento que afectase a un consentimiento claramente informado, pues en la era de información todos tenemos a nuestro alcance ingentes cantidades de información sobre las consecuencias predecibles que puede tener el consumo de estas sustancias.
En conclusión, aceptando que las drogas pueden traer consigo dependencia y que ésta puede ser especialmente perjudicial, dado que no suelen provocar un daño mayor al que se puede dar en otras esferas de actuación en las que no cuestionamos que haya libertad de acción, no creo que deba transgredirse el derecho de los consumidores de drogas para adquirir dichas sustancias.
Libertad y buenos humos
Por Jose María Escorihuela Sanz. @JmEscorihuela