Las Palmas de Gran Canaria, España. En el discreto jardín del club de fumadores de marihuana de Mogan, en la isla de Gran Canaria, las frondosas plantaciones de hojas verdes crecen al sol antes de ser cosechadas, secadas y transformadas en droga suave.
Sentados a una mesa de esta asociación del archipiélago de Canarias, algunos miembros del club fuman tranquilamente una pipa de agua o un porro. Uno de ellos exprime la planta para sacar un jugo verdoso, otro desmenuza las olorosas flores secas para guardarlas en un bote.
“He estado consumiendo maría desde temprana edad, 14 ó 15 años. Empecé como la mayoría de nuestros jóvenes, por curiosidad y rebeldía ante lo prohibido”, recuerda Andrés Ibarra, el jardinero y presidente del club, de 40 años, que con tijeras poda una planta.
“Desde temprano empecé a cultivar lo que más adelante sería mi consumo personal porque lo que se me ofrecía en los diversos puntos de venta, la típica plaza del pueblo, siempre eran productos adulterados y en su mayoría descaradamente caros”, explica Andrés, con la cabeza afeitada y pendientes en ambas orejas, que se define como un “consumidor lúdico”.
La ley española prohíbe la producción de drogas suaves para venderlas y su posesión en lugares públicos, pero la tolera según criterios precisos, en privado y entre mayores de edad en un marco estrictamente no lucrativo.
Aprovechando este hueco, decenas de clubes florecen en todo el país, ofreciendo una alternativa a los consumidores que no quieren acudir al mercado clandestino.
El de SibaritasMedCan se creó en 2012 en una discreta finca rodeada de árboles, lejos del pueblo, protegida por una valla metálica de dos metros y dos pastores alemanes que disuaden a los ladrones.
“Nos hemos reunido un buen equipo de amigos con los que hemos decidido cultivar de manera colectiva lo que entre nosotros mismos consumimos, haciendo hincapié en un cultivo responsable y respetuoso con la naturaleza, sin abonos químicos ni pesticidas nocivos para nuestra salud”, insiste Ibarra.
Además de los fumadores de cannabis, estos clubes atraen también a personas enfermas que buscan un uso terapéutico de la droga.
“Sufrí un accidente que me dejó muchas secuelas, muy dolorosas”, explica Isaac Candelaria Martín, de 40 años. “Con los medicamentos era incapaz de hacer una vida normal, siempre dependiendo de alguien, no salía de casa, no tenía vida social, ahora sí la tengo”, agrega.
“Soy consumidor terapéutico”, reconoce también Juan José, de 47 años, que entre otras dolencias sufre fibromialgia, una enfermedad que conlleva dolores crónicos. Optó por la marihuana tras sufrir los efectos secundarios de los fármacos.
“Con ella no tengo riesgo alguno de estar ’enganchado’ a ninguna droga. Me permite moverme, me regula el apetito, el sueño, y hasta mi humor para afrontar mi día a día”, afirma.
Entre los nuevos esquejes y las plantas adultas en flor, el pequeño jardín de cuatro metros por cinco, en el centro de la finca, puede albergar unas 200 matas.
“Consumo marihuana habitualmente desde los 16 años”, reconoce Eliana Detraz, una mujer suiza de 42 años. “El hecho de formar parte de este equipo y de haberme adherido al club SibaritasMedCan es ante todo por no verme envuelta en trapicheos raros o seguir engordando a las mafias locales”, asegura.
Cada uno de la veintena de miembros debe informar sobre su consumo, lo que permite estimar las cantidades a producir y justificarlas en caso de inspección policial.
Y es que para estos clubes la frontera de la legalidad nunca está lejos. “La ley no es clara”, denuncia Ibarra, recordando una redada policial, hace un año, en la que las plantaciones fueron cortadas.
“No me considero una criminal ni delincuente por el hecho de consumir marihuana”, dice Detraz. “Soy una persona muy responsable y tengo un empleo estable con cargo importante. La marihuana es para mí como la copita que la gran mayoría de gente puede consumir en cualquier bar sin por ello ser un alcohólico”.
Fuente Abc