«Quizás seas muy joven para saber de lo que estoy hablando, pero te diré que sucede mucha mentira y engaño en el mundo…, sucede mucha tontería en el mundo…, y cuando un hombre se coloca, es capaz de distinguir esos engaños y mentiras y toda esa tontería. ¡Vislumbra la verdad!», contesta C.K. cuando el pequeño Hal le pregunta por qué la marihuana es ilegal si es tan buena en el cuento Marihuana de tierra roja, del libro A la rica marihuana y otros sabores (1967) de Terry Southern.
«¿La verdad de qué?», insiste Hal.
«La verdad de todo».
Pese a la afinidad entre los literatos y el cannabis, comprensible por sus cualidades psiconáuticas; pese a que la historia está llena de escritores fumetas, existe muy poca literatura de ficción que le conceda un papel importante a la planta. Hay un montón de ensayos filosóficos, políticos, económicos, espirituales y espirituosos, además de manuales de cultivo y otro sinfín de textos dedicados a la marihuana, pero por algún motivo muy pocas novelas. En España solo he encontrado una, Kit, una novela antiprohibicionista, de Carlos Fresnedas, literariamente bastante sencilla, pero que retrata con precisión y conocimiento el mundillo.
Si miramos al otro lado del charco, en Estados Unidos hay algunas más. De hecho, hay un género literario de configuración reciente, llamado stoner novel,que aglutina diversas obras que aunque traten sobre cosas muy dispares, comparten una característica sinestésica inequívoca: la lectura de sus páginas huele a marihuana. Este denominador común es realmente poético, pero ¿qué realidades del mundo de la maría se plasman en estas novelas?
El stoner o fumeta
Al contrario de lo que estáis pensando, no están protagonizadas por una cannabis sativa personificada al estilo de los Fruittis. Las novelas de fumeta están protagonizadas por el stoner o fumeta, un personaje díscolo y entrañable, mitad Don Quijote mitad Gran Lebowski, que ejerce cierta resistencia, normalmente pasiva e inconsciente, sobre la realidad que le rodea. En el caso de Wonder Boys (Chicos prodigiosos, 1995), de Michael Chabon, el protagonista, Grady Tripp, es un profesor de literatura que lleva siete años escribiendo su obra maestra, que evita tomar decisiones y se evade de la realidad fumando marihuana. Tripp, además, es el narrador, algo bastante común en las stoner novels que permite al autor compartir con naturalidad el tren de pensamiento disperso y original del fumeta, fruto de su estado alterado de conciencia.
Otro ejemplo es Chase Insteadman, el ‘prota’ de Chronic City (Ciudad Crónica, 2009), de Jonatham Lethem. En este caso, Chase es un narrador bastante poco fiable, además de pasivo, que delega la inercia narrativa en Perkus Tooth, ese secundario estelar que en Wonder Boys sería indudablemente, aunque con mucho menos peso, el editor bisexual Terry Crabtree.
«Siempre estábamos Perkus Tooth, Richard Abneg y yo al borde de una tremenda expedición, como vikingos extendiendo una carta náutica sobre una mesa con cicatrices de cuchillo, proponiendo planes de saqueo. ¡Oh, cómo anhelaba Manhattan nuestra intervención experta! Jamás nos movíamos de aquella cocina a no ser que fuese para toser el frío, doblar la esquina y meternos en un bar a tomar cheeseburgers y cocacolas», relata Chase en Chronic City.
Los estados alterados de conciencia son sin duda muy atractivos en esta clase de literatura. Sin embargo, una epifanía puede tornarse fácilmente en paranoia, especialmente si el protagonista ha desarrollado una dependencia. Así le ocurre a Perkus Tooth, que interpreta la fantástica Manhattan de Lethem en clave conspiratoria ante las dudas y el escepticismo del fumeta principiante Chase Insteadman. Marlon Brando no ha muerto, la ciudad es una realidad virtual controlada por otros seres superiores, necesito un holograma, somos teleñecos del sistema, etc. En esa última quizás no ande tan descaminado.
Grady Tripp también describe con su habitual parsimonia diversos episodios paranoicos, aunque mucho más mundanos. «El clásico propósito de un fumeta es parecer perfectamente sobrio —y, si es posible, operar maquinaria complicada—, mientras que una inmensa y sorda nebulosa se apodera de su mente. Fracasar en este propósito —ser descubierto— implica una misteriosa carga de ansiedad y vergüenza. ‘¿Cómo están mis ojos?’. ‘Parece que te han gaseado’».
El camello moderno es otro de los personajes más representativos de esta clase de ficciones. Este esconde bajo una apariencia de colgado grandes conocimientos sobre su producto y negocio además de excelentes dotes comerciales. El mejor ejemplo de este rol probablemente se halle en el cine y sea el Saul Silver de James Franco en Superfumados (2008). Magistral es la secuencia que comparte con Seth Rogen en su salón y donde le explica toda la parafernalia genética y nominal de su producto estrella. El camello en este caso desarrolla funciones no solo mercantiles, sino también educativas, ilustrando al consumidor y al espectador/lector, y aportando un valor añadido a su transacción comercial.
Tan complejo o más que el mundo del vino
El camello moderno sabe que el cliente muchas veces no sabe lo que quiere, aparte de que le complazcan su necesidad de ser satisfecho. Este no solo asocia la marihuana que fuma a lo que percibe, sino también a lo que evoca el nombre de esta, pongamos Critical Ladrillo, en su nublada mente. Primo, vamos a echarnos un Critical Ladrillo. Por eso, los nombres juegan un papel tan importante, aunque en ocasiones describan el mismo producto. «La Chronic y la Ice es la misma hierba», explica Foster Watt, el camello de Chronic City. «Igual que la AK-47, normalmente. La Ice se llamó bubónica durante una temporada hasta que alguien me dijo lo que significaba […]. Unas son más dulces, otras más punzantes, pero todas te colocan o te devuelvo el dinero».
Sin embargo, Foster Watt no podría dar gato por liebre a un verdadero connoisseur o experto. Las distintas variedades de marihuana proporcionan experiencias muy diferentes. No es lo mismo una variedad de predominancia índica con un sabor a pino y gasolina y con un devastador efecto couchlocking(que te pega al sofá) que una sativa euforizante con matices cítricos y afrutados. Los bancos de semillas se esfuerzan por resaltar todas estas complejidades además de bautizar a sus variedades con los nombres más llamativos con la intención de conquistar parte de un emergente y jugoso mercado. En muchos catálogos de semillas estas descripciones alcanzan grados pornográficos, además de estar escritas como el culo, fruto probablemente de una traducción deficiente del inglés y de una tostada de campeonato:
La Critical Ladrillo, 60% índica, 40% sativa, produce cogollos compactos y llenos de resina fragante, de olor sobrenatural, agridulce y penetrante. Su sabor tiene matices de lavanda, gasolina sin plomo y pepinillo. Produce un subidón tropical eléctrico, estratosférico, no apto para principiantes. Se aconseja tratarla con respeto.
En la novela Kit, de Carlos Fresnedas, se ilustra muy bien la complejidad de la marihuana cuando el narrador describe las tareas de Eduardo como catador: «Primero examinaba ‘el aspecto’ del material: el color, el mayor o menor brillo de las hojas y la forma y tamaño de los cogollos. Liaba un canuto y, antes de encenderlo, rellenaba el apartado de tacto, según fuese hierba crujiente o húmeda, pegajosa —debido a la alta concentración de THC— o acartonada. Lo encendía y reflejaba ‘el aroma’ que desprendía. Podía ser dulce, afrutado, penetrante, etcétera. A continuación, le pegaba unas cuantas caladas para determinar si ‘el sabor’ era amargo, refrescante, exquisito… o repugnante. Luego, haciendo gala de una profesionalidad admirable, se fumaba hasta la chicharra del porro para poder apreciar ‘la potencia’ del colocón, desde insignificante, suave y moderado… hasta muy fuerte o… ¡devastador!».
La cosecha vista en dólares
Igual que los tomates no crecen en los supermercados, los cogollos de marihuana no crecen en las rastas de los camellos. La marihuana es una planta con un ciclo vital concreto que dura unos ocho meses. En nuestras latitudes, cuando amaina el frío, se planta la semilla que germina y se desarrolla vegetativamente hasta que se reducen las horas de luz solar a final del verano, entonces flora, cogolla. En otoño se cosecha.
La novela Budding Prospects (1984), de T.C. Boyle, cuya estructura cronológica emula las cuatro partes del ciclo vital de la planta, describe las dificultades que entraña el cultivo de marihuana y la propensión sumamente inocente a tratar de predecir el beneficio económico de una cosecha. El título ya nos proporciona una pista evidente desde el principio: Prospects significa perspectivas u oportunidades, mientras que budding es el gerundio del verbo cogollar.
«Vamos a cultivar 2000 plantas», dice el empresario Vogelsang al principio de la novela. «[…] Imagina algo menos de medio kilo por planta. Casi 1000 kilos a 1600 dólares el kilo (precios de 1980 en EE UU). […] Yo pongo la tierra y el capital, Boyd se pasa de cuando en cuando para supervisar la operación y tú pones el trabajo. Nos lo repartimos a tres bandas».
El iluso de Felix Nasmyth se deja seducir por la promesa de El Dorado y se olvida de que la naturaleza es extremadamente complicada de controlar. El cultivo en el exterior no es como el de interior, donde recreas artificialmente las condiciones ideales que necesitan las plantas. Fuera ocurren sequías, plagas, ratones, conejos, machos mamones que polinizan hembras, lluvia al final de octubre que enmohece los cogollos y un sinfín de imponderables que hacen del cultivo de marihuana al por mayor una odisea. Y todo esto sin contar con la paranoia de tratar de evitar de que se enteren los vecinos, las autoridades locales o cualquiera que pueda irse de la lengua. Además, sin contar que una vez terminada la floración hay que cortar, manicurar (deshojar), secar, transportar y vender esos hipotéticos 1000 kilos.
La esperada legalización
De las novelas mencionadas, la única que cuestiona y de hecho critica el statu quo de la planta es Kit (y el cuento de Terry Southern citado al comienzo del texto). Las demás aceptan la condición ilegal y clandestina de la marihuana y de hecho la explotan como en el caso de Budding Prospects. Sin embargo, el cannabis lleva saliendo del armario varios años y actualmente se encuentra en un punto de no retorno hacia la legalización. Las futuras ficciones ya no tratarán tanto de camellos como Foster Watt o Saul Silver, sino de las dinámicas en las asociaciones o en los dispensarios legales, de las nuevas realidades.
En España la proliferación de los clubes sociales de consumo (CSC) está sentando una base sólida para la legalización. De hecho, el Ayuntamiento de San Sebastián ya ha aprobado una ordenanza para regularlos, siendo pionero a nivel municipal, mientras que Navarra ha hecho lo propio a nivel autonómico, tras aprobar una ley procedente de una Iniciativa de Legislación Popular (ILP). Mientras tanto, el Gobierno nacional se empeña en sacar adelante una Ley de Seguridad Ciudadana retrógrada que aumenta las sanciones y la represión de un colectivo grande que ya es una realidad, de esas de las que tratarán las novelas próximamente.
En Estados Unidos, antaño faro de las políticas prohibicionistas, ya son 23 los estados que permiten el consumo de marihuana medicinal, cuatro de ellos, Washington, Colorado, Alaska y D.C. también el recreativo (Oregón está en proceso). También su Senado aprobó una enmienda recientemente con la que se prohíbe a las autoridades federales perseguir a los que compran o venden marihuana para uso medicinal en los estados donde el cannabis está regulado. Uruguay, por su parte, se convirtió el año pasado en el primer país en legalizar la producción, venta y consumo de marihuana completamente.
«Ningún político se resiste a controlar a sus ciudadanos. Es una postura que comparten la mayoría de los 160 países que participan en las cumbres antidroga celebradas, generalmente, a instancias de la ONU. Según las conclusiones de Naciones Unidas, la lucha contra la droga pasa por campañas de prevención y represión, sustitución progresiva de los cultivos, y persecución del blanqueo de dinero del narcotráfico, incluyendo los paraísos fiscales. Pero, a la luz de la experiencia, la efectividad de este paquete de medidas resulta muy discutible para quienes abogan por la despenalización», reza el narrador de Kit, escrita en el año 2001. «La mayoría de estos sabe que defiende una utopía, pero confían en que el futuro esté de su parte y que, algún día, dentro de 20, 30 o 40 años, cuando la despenalización de las drogas sea una realidad, los historiadores mirarán hacia atrás y sentirán el mismo escalofrío que ahora produce la Inquisición».
Por Alejandro Panés