Argentina.- Se sienten ignorados y perseguidos por el Estado. Muchos pacientes usan productos derivados de la marihuana para paliar dolores y complicaciones de sus graves enfermedades.
“Quisiera ser conejillo de Indias”, dice Esteban, y se queda mirando por la vidriera del bar los autos que bajan por la avenida Chacabuco. “Yo puedo ser conejillo para una investigación. Ya me he amigado con la muerte, ya es mi amiga”.
Esteban tiene 34 años pero parece de 25, y, pese a sus palabras, tiene una cara redonda de pibe contento.
Sufre de esclerodermia, una enfermedad severa, sin cura, que endurece de manera progresiva los tejidos corporales como la piel y las membranas del corazón, de los pulmones y del esófago, y, a largo plazo, produce mucho dolor y es incapacitante.
Esteban está preocupado porque esta semana va a tener que contar en el trabajo sobre su enfermedad, algo que venía evitando. Las molestias ya son demasiadas.
Trabaja en una fábrica metalúrgica, en un puesto donde tiene que hacer tareas de precisión con las manos, justamente la parte del cuerpo que más afecta la esclerodermia: basta un poco de frío para que los dedos de los enfermos se tornen azules.
A Esteban nunca le gustó la marihuana. Cuando estaba con amigos y le convidaban, chupaba dos o tres veces el porro, le entraba sueño y, mientras los otros volaban, él se iba a dormir. Era un plomo.
Hace cinco años, luego de una neumonía, le diagnosticaron la enfermedad. Fue una sorpresa que le cambió la vida. Tuvo que empezar a tomar siete pastillas por día que, aunque le ayudaban para su patología, le reventaban el estómago.
Para resolver este problema, pasó por homeópatas y doctores milagreros que salen por televisión y curan cánceres con gotitas secretas. Hasta que le presentaron a una persona que lo introdujo en el uso de cannabis .
Le dio un frasquito: 15 gotas por noche debía tomar. “Fue un cambio muy grande. Al otro día me levanté sin dolor, cuando yo vivía con una puntada en las muñecas, como si me las estuvieran taladrando”, cuenta.
Esteban se entusiasmó. Consiguió semillas de marihuana, aprendió a cultivarla y a fabricar él mismo las gotas. Lleva dos años usandocannabis en gotas y en crema para la piel. No le costó convencer a su mamá de que le riegue y le cuide las plantas: ella lo ve mucho mejor.
Una cofradía numerosa. Esteban es una de los cientos de personas en la ciudad de Córdoba, y de los miles en Argentina, que usan marihuana y sus productos derivados con fines terapéuticos.
Como cualquier paciente, todas se atienden en hospitales públicos o en centros de salud privados, y complementan sus tratamientos tradicionales con aceite, alcohol, manteca, crema, cataplasma, té, tintura o pastillas de marihuana, que se producen y distribuyen de manera muy discreta, ya que se trata de un producto que en Argentina está perseguido por la ley de tráfico y consumo de estupefacientes.
Por eso, estos pacientes se sienten parte de un grupo que está obligado a mantener su tratamiento en secreto, una cofradía que a veces no puede contarles a sus amigos, a sus compañeros de trabajo o a sus familiares que ellos sienten que les hace bien un producto ilegal y satanizado.
En su mayoría, son enfermos de distintos tipos de cáncer, que usan la marihuana para sobrellevar mejor los efectos de la quimioterapia, o enfermos de sida que la usan para evitar los vómitos que les provocan los medicamentos antirretrovirales.
También hay muchos pacientes con esclerodermia, como Esteban, o con glaucomas y problemas intestinales.
Hay casos pediátricos, de niños de 6 años con enfermedad de Crohn (un trastorno digestivo), y pacientes de más de 80 que usan cannabispara calmar el dolor.
Como se trata de un tema incómodo para médicos y autoridades, en Argentina las personas que deciden usar cannabis por motivos de salud suelen terminar apoyando a las únicas organizaciones vinculadas con la marihuana que existen. Estas, en su mayoría, reivindican el uso de la planta no sólo con fines medicinales, sino también recreativos.
En Córdoba existen cuatro de esas agrupaciones, que el fin de semana pasado, en el Día Mundial de la Marihuana, convocaron a 13 mil personas en la marcha cannábica con mayor convocatoria que se recuerde en esta ciudad: la Comunidad Cannábica Córdoba, el Movimiento Nacional Manuel Belgrano por la Normalización del Cannabis, la Asociación Edith Moreno Cogollos Córdoba y el Peronismo Cannábico, una agrupación política que forma parte del Movimiento Evita.
Además, entre el grupo de pacientes cordobeses de VIH, acaba de crearse la Organización Cannábica Entiógena de Enfermos en Tratamiento (Osetra), que plantea la necesidad del autocultivo de la marihuana y de otras plantas como un camino para evitar que los pacientes recurran al mercado ilegal y al narcotráfico.
Historias con plantas. Hace tres años, a María Cecilia Díaz, operaria de un telecentro, le diagnosticaron un cáncer de mama y desde hace dos consume tintura de marihuana, un medicamento que fue de venta común en farmacias en el siglo 19 y a principios del siglo 20.
“Luego de mi primer ciclo de quimioterapia, la estaba pasando muy mal. Había visto unos documentales en National Geographic y leído algunas notas, así que con mi mamá empezamos a buscar alguien que nos pudiera proveer. Primero intenté fumarla, pero me hacía toser, me lastimaba los bronquios. Encontramos la tintura, que es como un extracto de la planta macerado en alcohol y se toma con agua”, relata.
Y agrega: “La tintura no tiene ningún efecto sobre mi conducta, no tiene nada que ver con fumarse un porro. Es como tomar mis pastillas diarias. Me vaporizaba luego de las quimioterapias y eso me ayudó a evitar los vómitos, las náuseas, los dolores en el cuerpo y, sobre todo, pude comer. Eso fue algo completamente bueno, porque antes devolvía todo y me debilitaba más y tenía que ir al hospital a que me hidratasen. Le conté a mi oncóloga; me dijo que, si me hacía bien, que lo usara y para mí fue una tranquilidad recibir ese visto bueno”.
María Cecilia cuenta que su mamá fue su principal apoyo para usar la marihuana. “Ella no sólo me apoyó sino que a veces yo no quería usar más la tintura, me ponía terca, y ella era quien venía y me hablaba y me convencía. Por favor, usalo, te ayuda, me decía. Ella y mis amigos, que me consiguieron el vaporizador, todos me ayudaron con esto”.
“Por favor, no publique mi nombre”, dice, por teléfono, un paciente de un hospital universitario de la ciudad de Córdoba, de más de 50 años, que hace 10 padece un glaucoma. “Yo estaba a punto de quedar ciego, me operaron varias veces y no me daban chances”.
Le adjudica a la esencia de marihuana la reducción de su presión ocular. Pero, pese a ese supuesto beneficio, teme lo que puedan decirle en su trabajo o entre sus amistades. “Es que el cannabis es una cosa jodida, yo no quiero que mis hijos estén fumando porros. En mi familia, la reacción fue muy buena, ven que me estoy curando, no que lo uso para drogarme ni para ponerme loco”.
Yésica, una joven periodista y docente de la ciudad de Córdoba, tiene como suegro a un hombre grande al que le quitaron un tumor de su pulmón y sigue con complicaciones. Vio cómo su familia política cambió de actitud hacia la marihuana.
“Mi esposo tenía una planta en el patio de su casa en barrio Ituzaingó, que mi suegra arrancó asustada una noche que pasó sobre la casa el helicóptero de la Policía. Pero ahora, con lo de su marido, se encarga de cuidar los retoños de la planta, con los que le prepara un té que le funciona muy bien como sedante natural. Tiene miedo de que la Policía pueda entrar a la casa, pero al mismo tiempo está preocupada porque necesita marihuana para hacerle el té a mi suegro”.
Mabel es artista plástica, tiene más de 50 años, es muy conocida en la especialidad en que trabaja y jamás pensó que un día usaría marihuana. Hace años le diagnosticaron esclerodermia. “Luego de buscar muchas cosas, me recomendaron probar marihuana. Intenté fumarla y casi me muero. Comencé con gotas a la noche y me hizo un buen efecto como antidepresivo, le conté a mi médico y a mi médica, que me dijeron que, si me hacía bien, bienvenido sea. Mi hijo se ofreció a aprender a cultivar para prepararme las gotas, pero es algo difícil de socializar. Por mi edad, no lo cuento ni a mis amigos. Si tuviera 25 años, sería más fácil, está más aceptado”.
Mabel cree que es necesaria una asociación especializada y legal que pueda asesorar sobre el tema y, sobre todo, que pueda ofrecer los productos para que los pacientes no tengan que salir a comprar marihuana a la calle y caer en un dealer .
“Es necesario legalizar el uso terapéutico, como ya ocurrió en otros países, donde hoy se la puede comprar con una receta médica y en la farmacia. Pero, así como estamos hoy, no podemos dar el nombre ni mostrar el rostro. Somos sombras detrás de la hoja de marihuana”, dice.
Publicado en LaVozCiudadanos