La crisis se siente más que nunca en Hagerstown, un pequeño y pintoresco pueblo en al oriente del estado de Maryland.
Ubicado a 75 millas de Baltimore y pese a su carácter semirrural, su estratégica ubicación ha hecho de esta pequeña ciudad el centro del comercio de Maryland, Pensilvania y Virginia del Oeste.
Tal vez por ser un cruce de caminos y por albergar la mayoría de pacientes de los centros de rehabilitación, Hagerstown cuenta con el dudoso honor de haber doblado, en el 2016, el promedio nacional de prescripciones para opiáceos, al alcanzar 113 recomendaciones médicas por cada 100 habitantes del condado de Washington.
Parte de esta preocupante tendencia es la fuerte presencia del Fentanilo, un opioide sintético 50 veces más potente que la heroína: una dosis letal equivale a unos cuantos granos de sal de mesa.
Sean Scranton residente de Hagerstown y director de cultivos de cannabis medicinal, afirma que “es casi imposible encontrar una familia en el área que no haya sido afectada por la epidemia”.
Recogiendo ese espíritu y en un afán por visibilizar a las víctimas de sobredosis, el concejo de la ciudad y el sector privado se unieron para lanzar la campaña Washington Goes Purple en septiembre del año pasado.
Durante un mes el centro de la ciudad se vistió de luces violetas, guirnaldas y avisos recordando a cada una de las víctimas, cada nombre una alerta y un llamado a prevenir la adicción a los narcóticos.
“Es muy triste”, afirma Scranton, “que la ola morada se convierta en una tradición anual, pero al paso que vamos, así será”.
Droga, de entrada a salida
La aprobación del Programa de Cannabis Medicinal de Maryland en el 2016 trajo consigo la apertura y expansión de dispensarios, cultivos y centros de manufactura en todo el estado.
El crecimiento de esta industria ha sido exponencial, con ventas en el primer trimestre que triplicaron la cifra del mismo periodo del 2017.
Con las muertes por sobredosis llegando a niveles insostenibles, los legisladores de Maryland comenzaron a explorar a finales del 2018 si el cannabis medicinal podría ser efectivo en el tratamiento de adicciones a la heroína, Fentanilo y oxicodona.
Maryland seguía los pasos de estados como Arizona, Massachusetts, Hawái, Maine, Nuevo México, Nueva Jersey, Nueva York y Pensilvania, que buscaron introducir el ‘desorden de abuso de opioides’ en la lista de condiciones que calificarían para el uso de cannabis medicinal.
A la fecha, solo los últimos tres han aprobado la iniciativa y, en el 2018, Nueva Jersey, Nueva York y Pensilvania se convirtieron en los primeros estados en aprobar el uso de marihuana medicinal en el tratamiento de síntomas de desintoxicación de narcóticos, y como sustituto de los opiáceos mismos.
En vista de la gran cantidad de muertos que ha puesto Maryland en la epidemia opiácea, la posición de la Comisión de Marihuana Medicinal del estado sorprendió a quienes daban por hecho la inclusión de esta nueva condición en el programa oficial de cannabis medicinal.
En enero de este año, la comisión informó que, aunque reconoce la sustancial evidencia anecdótica de que el uso del cannabis ayuda en tratamientos de rehabilitación por adicciones, aún falta evidencia científica.
Tratamiento para superar adicción
Por ello, la comisión estableció que el mejor tratamiento para superar las adicciones a los opioides sigue siendo el uso de drogas sustitutas como la metadona, buprenorfina y la naltrexona.
He aquí una gran ilustración de la circularidad argumentativa en la que se encuentra esta industria: por estar clasificada como una droga sin beneficios médicos en la Agenda Uno de Sustancias Controladas del gobierno federal, hacer investigaciones sobre los beneficios terapéuticos de una planta ilegal es bastante riesgoso.
Esta clasificación ha limitado la gran mayoría de investigaciones de cannabis, forzando a la comunidad cannábica a registrar los testimonios de los pacientes como evidencia anecdótica.
Y, sin embargo, como lo demuestra la crisis de los opioides, serán las nuevas investigaciones las que cambien el ámbito regulatorio. La proverbial serpiente que se muerde su propia cola.