Sin lugar a dudas, y mucho más desde que gobierna Bolsonaro, el cannabis en Brasil parece estar muy lejos de legalizarse.
Eso no quita que existan personas que luchan para revertir una realidad a todas luces injusta.
Ese trabajo de hormiga para legalizar el cultivo de cannabis en Brasil, para uso medicinal, lo hace Apepi, una asociación de pacientes y familiares que luchan por tres puntos esenciales:
- Mayor investigación.
- Información.
- Un acceso más democrático y justo a las terapias de cannabis en Brasil.
En el 2020 Apepi se convirtió en la segunda asociación en Brasil en obtener una autorización judicial para plantar y comercializar aceites terapéuticos, tal como lo cuenta la agencia AFP.
No obstante, un tribunal de apelaciones revirtió una parte de ese permiso y dejó sin amparo judicial su producción.
Cannabis en Brasil para sanar pacientes
AFP realizó una recorrida por esta organización que pelea por legalizar el cultivo medicinal de cannabis en Brasil.
Allí, las plantas de marihuana florecen al sol, en lo alto de una propiedad rural de la región montañosa de Río de Janeiro.
A la finca se llega desde Río tras dos horas de carretera y un sinuoso camino de tierra.
No existe cartel en el portón ni nada que sugiera que allí se cultivan 2.000 plantas de cannabis para abastecer a pacientes con autismo severo, epilepsia refractaria y esclerosis múltiple.
También a quienes sufren afecciones como el estrés y la ansiedad.
“Según la letra estricta de la ley, no tenemos ningún amparo”, dice la abogada Margarete Brito, fundadora de Apepi.
La asociación de pacientes defiende la producción de cannabis medicinal a bajo costo para satisfacer una demanda que avanza más rápido que la legislación.
Aunque el cultivo de cannabis en Brasil está prohibido en Brasil, Brito y su esposo Marcos Langenbach se convirtieron en el 2016 en los primeros brasileños en obtener una autorización judicial de autocultivo para aliviar las crisis epilépticas de su hija Sofía, ahora de 12 años.
“En el 2013 vimos en Facebook una niña con epilepsia en Estados Unidos que tomaba remedios a base de marihuana y que le estaba yendo bien”.
“Estaba prohibido, pero no me importó, me traje ilegalmente” un aceite industrial de ese país, admite Brito.
“Al principio no supuso una diferencia enorme para Sofía. Pero después descubrimos que el aceite artesanal -que utiliza la planta completa- funcionaba mejor. Entonces aprendimos a plantar”, cuenta.
Su batalla personal pronto se transformó en una “lucha política” en favor de la regulación.
En Latinoamérica, varios países como Argentina, Chile, Colombia y México permiten de alguna forma el uso de cannabis medicinal, cuya eficacia para determinadas dolencias está reconocida por la OMS.
Cannabis en Brasil, el paraíso con obstáculos
Fue en 2020 cuando Apepi se convirtió en la segunda asociación en Brasil en obtener una autorización judicial para plantar y comercializar aceites terapéuticos.
Sin embargo, un tribunal de apelaciones revirtió una parte de ese permiso y dejó sin amparo judicial su producción.
El ingeniero agrónomo Diogo Fonseca es dueño de unas rastas que le llegan hasta la cintura.
Las mismas se bambolean al caminar entre hileras de frondosas macetas rotuladas con el nombre de cada variedad: Purple Wreck, Schanti, Doctor, Harle Tsu, Solar, CBG.
Con un microscopio de bolsillo, chequea cuáles plantas están próximas al momento ideal de cosecha.
“Estamos intentando edificar el paraíso en la tierra… pero incluso en el paraíso hay obstáculos”, reflexiona en medio de este perímetro protegido por cerca eléctrica y alambre de púas.
En abril, policías irrumpieron en el campo de Apepi armados y con perros detectores de drogas, tras la denuncia de un prestador de servicios que había estado en el lugar.
“Muchas personas nos ven con prejuicios. Aunque explicamos nuestro proyecto, esa persona creyó que éramos traficantes y nos denunció”, relata Manoel Caetano, gerente de la sede rural de Apepi.
Finalmente, al ver que era una plantación con fines medicinales y con un proceso judicial en curso, mandaron suspender el allanamiento.
“La policía incluso pidió disculpas, porque Apepi tiene mucha legitimidad social. Esa es la protección que tenemos”, sostiene Brito.
La ONG tiene convenios con instituciones científicas, como la reputada fundación Fiocruz y la Universidad Estatal de Campinas.
Apepi no da marcha atrás y, pese a los escollos legales, crece. Durante la pandemia, la asociación saltó de 300 a 1.500 asociados.
Entre ellos está Gabriel Guerra, un joven de 19 años con autismo severo y parálisis cerebral que toma aceite en gotas tres veces por día.
A sus ocho años, podía tener hasta 60 crisis convulsivas por día, relata su padre, Ricardo Guerra.
“Cuando empezó a usar los aceites artesanales, sus convulsiones cesaron. Empezó a tener más autonomía, a buscar formas de comunicarse”, explica.
Urge una regulación del uso médico del cannabis en Brasil
Para los asociados a Apepi, el acceso a estos aceites cuesta 150 reales (28 dólares).
Se trata de un precio mucho más asequible que los productos importados, cuyo costo varía entre 600 y 3.000 reales (107 a 566 dólares).
Apepi confía en una sentencia judicial favorable para fines de año y ampliar su cultivo a 10.000 plantas en el 2022, pero la legalización integral del cannabis en Brasil puede tomar más tiempo.
El presidente ultraderechista Jair Bolsonaro ya advirtió que vetará un proyecto de ley en curso que autorizaría el cultivo de cannabis en Brasil con “fines medicinales, veterinarios, científicos e industriales”.
“En el caos político que vivimos hoy, no hay manera de colocar la marihuana en el debate” público, admite Brito.
Pero también reconoce que no hay marcha atrás: “Hay mucha gente precisándolo”.