Barcelona.- Mucho se ha hablado recientemente en la Ciudad Condal del turismo masivo que viene asolando a la ciudad en los últimos años, sacando de quicio, inevitablemente, a muchos de los residentes que se ven obligados a absorber los perjuicios de dicho fenómeno. Sin entrar a fondo en una cuestión que, como muchas cosas en esta vida, plantea tanto aspectos positivos como negativos y, personalmente, se me antoja de difícil abordaje, comienza a llamar la atención un inquietante nuevo tipo de de visitante que ha hecho, a raíz del boom que han protagonizado por los clubs cannábicos, su aparición en Barcelona, a saber: el turista cannábico.
En la ya llamada “Amsterdam del sur de Europa”, los viajeros amantes del cannabis han encontrado un lugar donde hacer sus delicias entre varias asociaciones más que permisivas con la acogida de los mismos. Tanto es así, que la semana pasada el diario El País recogía en el artículo “El capital extranjero irrumpe en los clubs cannábicos de Barcelona” un descortante ejemplo de club intervenido que contabilizaba alrededor de 16.000 turistas socios seducidos a razón de 100 diarios. Tal artículo, traducido por la Catfac al catalán, ha hecho saltar la alarma a aquellos lectores que, todavía y pese a que vienen ocurriendo desde hace tiempo, no conocían este tipo de prácticas.
El eco que ha producido esta y otras noticias similares, sin embargo, no ha llevado a demasiados activistas cannábicos a defender el derecho al cannabis del visitante que se deja seducir (o viene con la idea de consumir) por los clubes. Ya sea porque a los activistas que apuestan por el modelo restrictivo planteado por las federaciones cannábicas no les conviene mojarse, pues llamaría demasiado la atención, y defender unas prácticas que pueden encontrar mucha oposición, o porque realmente están en contra de que se dé amparo a los extranjeros que buscan disfrutar del uso de esta sustancia, lo cierto es que me parece bastante lamentable estar reclamando unos derechos perfectamente legítimos para el colectivo al que perteneces (los nacionales que habitan un país) y, al mismo tiempo, no reconocer el mismo derecho a otros sólo por ser extranjeros.
¿Acaso se volatilizan los argumentos a favor de una producción, distribución y consumo legal de cannabis por el simple hecho de no pertenecer a una comunidad determinada? ¿Son los activistas cannábicos partidarios de la universalización de derechos pero guardan silencio o están en contra de ese reconocimiento?
Desde mi humilde posición de articulista y difusor del derecho al cannabis y al resto de drogas en condiciones que reconozcan el derecho a la salud que tienen los consumidores, rompo una lanza a favor de la acogida de turistas, pues ellos tienen el mismo derecho que nosotros a disfrutar del uso del cannabis y, si no pueden hacerlo en su país, espero que encuentren en el nuestro el oasis de libertad del que, a duras penas, disfrutamos nosotros. Entiendo que los extranjeros tienen difícil cabida en el modelo de clubes, pero pido, al menos a los activistas, que respetemos los derechos no reconocidos que deberían poseer.
Libertad y buenos humos
Por Jose María Escorihuela Sanz. @JmEscorihuela
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Todos coludos o todos rabones, nada de selectismos