Listo, ya está. Fermín llegó dormido del jardín, así que tengo una hora. Perdí bastante tiempo en hacerle la merienda a Lina, en ese bendito panqueque de manzana. Pero ya está, tengo una horita. ¿Qué hago? ¿Lo prendo o no lo prendo? Sí, lo prendo. Son unas flores divinas. Últimamente la gente me regala flores. Y a mí lo que más me cuesta es encontrar el momento para fumarlas.
No, pedazos de psicobolches setentosos que todavía creen en aquello del opio de los pueblos, no estoy hablando de flores de florería. No se me dio (todavía) por andar fumando jazmines, rosas o claveles. Estoy hablando de marihuana. ¿O qué se pensaban? ¿Que porque soy un buen padre de familia, un buen esposo (no les dije: mi mujer está laburando, por eso yo estoy solo con los chicos) y un ciudadano respetable y responsable no puedo fumarme un buen porro?
No tengo obligaciones, más que estar con mis hijos y escribir esta columna. Tengo que hacerles la cena, bañarlos, jugar. ¿Y qué mejor que estar levemente fumado? Es más, si pudieran, me lo agradecerían. El porro no va a ser contraproducente para jugar con mis hijos. Y va a ser muy inspirador, porque tengo que escribir y no se me ocurre nada. Lo prendo. Mmm… no, no pasa nada. Sí, pasa, pasa de todo. Menos ideas, claro.
Ya que está tan de moda hablar del uso medicinal de la marihuana, creo que alguien debería permitir el uso literario o al menos periodístico del cannabis. Pero esta vez no hay caso. A veces el asunto falla. O sea, los defensores del uso medicinal de la marihuana creen que el porro te puede curar casi todo. Pero a veces la cosa funciona muy bien para cosas pesadas como el vih, pero no te puede hacer zafar de boludeces como el pie de atleta.
Con el uso literario y periodístico ocurre más o menos lo mismo que con el uso medicinal: a veces la
marihuana te puede ayudar a tener una idea genial. Otras (la mayoría) lo que provoca es que se te ocurran un montón de pelotudeces y el cuelgue del porro te lleva a pensar que esas pelotudeces son, en realidad, genialidades. Y hay otras veces en las que no se te ocurre nada. Así estoy yo ahora. Daría cualquier cosa por tener una idea pelotuda y creer que es genial. Pero no hay caso.
No se me ocurre nada y encima estoy colgadísimo. Por momentos no puedo dejar de pensar en lo bien que vendría ahora ese panqueque bien bajonero que le hice a Lina. Me puedo ir al carajo con una facilidad asombrosa. ¿Por qué me están regalando tantas flores? Bueno, en realidad eso fue hace tiempo. Lo que pasa es que estoy fumando poco. Entonces las flores me duran mucho. Además, las flores son algo especial. No son la cotidianidad, como el paraguayo. ¿Por qué nadie
me regala paraguayo? Paren un cachito: ¿me están jodiendo? ¿De verdad son tan psicobolches que no saben lo que es el paraguayo?
Uy, aflojen un cacho que el setentismo y fíjense que detrás de esas anteojeras de batik hay una vida. Está bien, si no hay más remedio les cuento: se le dice “paraguayo” al porro que viene de Paraguay, prensado, compactado.
El paraguayo es una porquería, como el vino en tetra brick. Pero al menos te permite fumar y seguir adelante. Las flores te dejan colgado siempre, sin excepción. A veces con ideas y a veces sin ideas. Yo estoy con un cuelgue importante y no se me ocurre nada.
Esta no es época de tener flores. Esta es época de plantar. Debería ser menos colgado, ir a comprar la tierra, preparar las macetas y plantar en la terraza. Si siembro, para abril voy a tener mis propias plantitas. Pero hay que esperar mucho tiempo. ¿Cómo hizo Pablo Pérsico? Sí, Pablo Pérsico, el hijo del ex piquetero Emilio Pérsico. Pablo Pérsico, el que andaba con seis plantas en la camioneta del Ministerio de Acción Social. Pablo Pérsico, el jodón, el fumón, el golfo. Seis plantas tenía el muy turro. ¡Seis plantas en pleno octubre! Y no me vengan que le crecieron porque era San Perón…
Insisto, no se me cae una sola idea y estoy colgadísimo (¡cómo pegan esas flores!). Pero al menos creo que tanto mis editores como ustedes, lectores psicobolches, tendrán claro que no pienso decir absolutamente nada malo sobre Pablo Pérsico. Muy por el contrario, guardo por él un enorme cariño (a pesar de que no lo conozco), una gran admiración y hasta soy capaz de mandar por primera vez un mail en cadena, sólo para pedir su inmediata liberación. ¡Salven a Pablo Pérsico! Y conste que no estoy haciendo una proclama política. Lo mío es, más bien, un reclamo ecologista. Estoy afirmando algo que bien podría rubricar Greenpeace.
Sí, definitivamente: Greenpeace debería pedir la inmediata liberación de Pablo Pérsico, el hombre que ama nuestra flora. Porque, pensemos un poco: ¿qué pasó con las plantas que llevaba en la bendita camioneta del Ministerio de Desarrollo Social? No las habrán destruido, ¿no? ¿No saben que la Constitución Nacional prevé serias penas para los delitos de tipo ecológico? ¿Y no está muy mal andar deforestando la camionetita que manejaba el bueno de Pérsico Jr.? ¿No se habrá formado un ecosistema en el interior de la camionetita?
“Salven a Pablo Pérsico”. He allí una buena causa para volver a militar, como en la adolescencia. Aunque creo que la consigna debería ser algo más contundente. Onda: “Libertad a Pablo Pérsico y a las seis compañeras vegetales”. Podría ser. O una canción, algo más monto: “Con las plantas de Pablito/ vamos a gritar ‘socorro’/ para que baje del cielo/ nuestra Evita fuma-porro”. Y cuando seamos muchos marchando, cuando seamos miles los que nos agrupemos para exigir justicia podemos arengar a la gente. Por ejemplo, yo gritaría: “Compañero Pablo Pérsico”, y la multitud respondería: “Presente”. Yo volvería a gritar: “¿Quién lo metió en cana?”, y la respuesta, a coro, sería: “Los caretas”. Y yo otra vez: “¿Y quién lo va a liberar?” Respuesta a coro: “Nosotros, los fumones”. Yo volvería a preguntar: “Compañeros, ¿y cómo lo liberaremos?”. Y la respuesta, un cantito de miles: “Luchando, creando, un porro legal”.
¡Libertad al compañero Pérsico! ¡Libertad a los presos por fumar! Uy, me fui al carajo. No debí haber gritado tanto. ¡Lo desperté a Fermín! ¿Qué hora es? ¿Ya pasó una hora? Y además, ¿está realmente bien llevar seis plantas de faso en una camioneta del Gobierno? ¿Vivirá realmente de joda este Pérsico golfo? Es probable que esto no esté del todo bien. Pero así es la democracia, así funciona esto de la opción por el mal menor. Por eso creo que debemos resignificar la vieja consigna guevarista y pedir “uno, dos, muchos Pablo Pérsico”. O mejor aún, “seis, siete, muchas plantas de marihuana”.
Y, sí, nuestros héroes no serán gran cosa, pero siempre es mejor el Príncipe de los Cogollos antes que el Rey de la Efedrina. Fermín está llorando pero creo que, al menos en este punto, está de acuerdo.
Fuente Elargentino.