Por Miguel Gimeno.- Desde hace siglos el cultivo de cannabis ha estado en unión directa con el mundo rural, es a partir de mitad del siglo pasado cuando comienza a producirse esa desunión entre agricultura y cannabicultura. Ya no se habla de cultivo de cannabis en términos agrónomos, comienza a hacerse en términos criminales y legislativos. El cannabis pasa de ser considerado una fuente de materia prima de primer orden a ser cruelmente vilipendiado y castigado por las leyes y el prohibicionismo.
Todavía hoy algunas personas siguen desconociendo la importancia estratégica que supuso el cultivo de cannabis, procesado y manufacturación de sus subproductos en el pasado. Fue causa directa y detonante de guerras, motivadas por el control de esta planta y su importancia dentro de la logística del mundo bélico que tanto dinero sigue moviendo a lo largo y ancho del planeta.
Con la prohibición de la marihuana y sobre todo a raíz de la aparición de las fibras sintéticas, los cultivos tradicionales de cannabis se vieron desplazados al ostracismo, pasando de ser una fuente imprescindible de materia prima a la gran olvidada y lapidada especie productora de sustancias estupefacientes. La planta fue satanizada por las instituciones públicas y los estados iniciaron una guerra sin fín.
El cultivo de cannabis fue dejado a un lado, y este cultivo tradicional dejó de tener interés económico para las zonas rurales de Europa, que se vieron abocadas a buscar otro tipo de cultivos alternativos que ocuparan el lugar dejado por el cannabis, hasta entonces el eje central de su sustento diario.
A finales de los años 90 hubo una demanda ficticia de cultivo de cannabis en Europa, promovida sobre todo por las subvenciones de la Comunidad Europea que recibían los cultivos de materias naturales para su procesado por diversos sectores de la industria. La concienciación ecológica comenzaba a rondar insomnes noches de políticos europeos que en un afán de sentirse verdes (sólo por fuera) decidieron establecer determinadas subvenciones destinadas a la producción de materias primas naturales y sostenibles.
Las subvenciones europeas fueron solicitadas por infinidad de propietarios rurales para supuestamente cultivar lino y cáñamo con fines agroecológicos. Pero la intención de estos terratenientes europeos, y sobre todo españoles, distaba mucho de la realidad. Se comenzó a sembrar cáñamo industrial por doquier, los campos de cannabis volvían a reverder en zonas donde antaño lo vieron crecer con total naturalidad.
Y comenzó el problema real que ocultaban las subvenciones: no había una industria desarrollada que pudiera procesar el cáñamo y lino sembrados en los campos, porque en realidad nunca hubo intención de procesar la producción de ambos. El único fín con el que fueron solicitadas las subvenciones fue el de recaudar dinero y nada más. No se pensó en infraestructurar una industria en ciernes, si no se puede procesar una materia prima es inútil fomentar su obtención, puesto que no se va a poder obtener un producto final que vaya a salir al mercado.
A nadie le importaba el cáñamo ni las razones medioambientales, ecológicas y de sostenibilidad que habían dado pie a este tipo de subvenciones. Sólo les importaba la subvención en sí, cobrar dinero fresco, llenar sus arcas particulares con el dinero de todos los europeos, y a cambio sólo tenían que mandar esparcir semillas de cáñamo en sus campos (eso en el caso que se llegaran a sembrar porque hubo campos que ni tan siquiera llegaron a ser sembrados).
La Comunidad Europea, con toda razón, viendo el “pillaje” que se había originado en torno a las subvenciones del cáñamo y lino no tubo más remedio que dejar de concederlas. Ante la mala gestión mostrada uno no deja de preguntarse si en realidad hubo intención de reintroducir el cultivo de cannabis en Europa.
A pesar de ser una planta con un gran potencial como materia prima (dada la alta cantidad de productos derivados del cáñamo que se pueden manufacturar), tras el desastre de las subvenciones la planta ha vuelto a perder parte del camino que había retomado y reandado. Toca seguir luchando por volver a dejar al cannabis como cultivo agroecológico en el lugar que le corresponde.
Reintroducir el cannabis en el mundo rural es una tarea que nos corresponde a los cannabicultores actuales. El cannabis es una planta que no puede separarse del mundo rural tal como está hoy. La unión se hace necesaria entre agricultor y cannabicultor, el intercambio de conocimientos y la simbiosis entre ambos puede dar pie a que el cannabis vuelva a convencer a los agricultores para que sigan destinando parte de sus tierras a este cultivo ancestral.
Entre el agricultor convencional y el cannabicultor existe una gran distancia que poco a poco hay que ir recortando. El agricultor considera al cannabis como una planta enemiga dado su estatus de “planta psicotrópica” y prohibida, y de la que nada quiere saber debido a su temor, y a los cannabicultores casi nos tienen como narcotraficantes, cuando en realidad somos cultivadores para el consumo propio.
En cuanto al cannabicultor actual también cabe hacer alguna que otra reflexión interna. De forma completamente opuesta al pensar del agricultor, el cannabicultor peca en mi opinión de “mitificar” el cultivo de cannabis, y de mirarla como si no fuera una planta más del reino vegetal, sino la más importante.
Queda claro, que cultivar cannabis para nuestro consumo nos evita infinidad de situaciones indeseadas, pero de ahí a pensar que la planta es un ser superior dista mucho. A todas las personas que me preguntan les digo siempre lo mismo, que es un planta y nada más. Hay que darle los mismos cuidados que al resto de especies, siempre cubriendo las necesidades propias que a cada especie le son inherentes.
A ojos del cannabicultor de hoy, la mejora genética sólo se piensa en términos de aumento de potencia y efectos psicoactivos, cuando en realidad una mejora genética abarca un concepto mucho más amplio que la simple psicoactividad de la planta. La gran mayoría de semillas de cannabis que se comercializan han sido cultivadas con técnicas completamente artificiales. Las semillas suelen provenir de cultivos de indoor con luz artificial, donde las plantas que las producen son cultivadas con quimioterapias alimentarias y tratamientos con fitosanitarios de síntesis. En este tipo de cultivos las semillas que resulten tendrán una calidad vital bajísima si las comparamos con semillas cultivas en contacto directo con la naturaleza y con métodos ecológicos.
Hay que devolver al campo la producción de semillas y dejar de hacerlo en cultivos indoor, pero esto es una tarea difícil dado el vacío legal en el que se desarrolla esta actividad. La venta de semillas no es ilegal, luego la forma de producirlas tampoco, ya que lo que está prohibido es la venta de la substancia estupefaciente, no de la semilla, pero en realidad el gobierno no concede permisos para producir semillas de cannabis.
Dada la crisis del sector agrario, podría resultar una fuente de ingresos interesante que las cooperativas, asociaciones y sindicatos de agricultores comenzaran a interesarse nuevamente por el cultivo de cannabis, y forzaran a las instituciones a conceder licencias de cultivo con fines médicos, industriales, ganaderos y alimentarios.
Por Miguel Gimeno